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Nefilim: evidencia de gigantes en la historia antigua y en la Biblia

Gigante-nefilim-biblia

Lo que Josefo sabía sobre los gigantes que hoy pocos conocen

por León Zarco

La historia bíblica de los nefilim es un tema peliagudo que suele generar debate, llegando, en el peor de los casos, al apocalipsis verbal. No obstante, el problema detrás de este conflicto no es que en el pasado existiera una raza de gigantes. Lo que preocupa es su origen. Cualquier niño criado en un ambiente cristiano o judío sabrá de sobra quién es Goliat. Pero a pocos se les enseña de dónde salió esta raza de gigantes. El relato del Génesis suele obviarse. Sin embargo, es ahí donde encontramos la valiosa información (aunque brevísima) que necesitamos para comprender el origen de los «varones de renombre».

«Había gigantes (nefilim) en la tierra en aquellos días, y también después que se llegaron los hijos de Dios a las hijas de los hombres, y les engendraron hijos. Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre.» —Génesis 6:4

Este mismo capítulo nos revela la total depravación a la que había llegado el ser humano en tiempos de Noé. Según algunos textos extrabíblicos, fue en tiempos de Jared (en hebreo, «descender»), el padre de Enoc, cuando los «hijos de Dios tomaron para sí mujeres» (Gén. 6:2), con las que procrearon a los gigantes.

Algunos sostienen que «los hijos de Dios» eran descendientes de Set, por lo que esta historia no tiene nada de sobrenatural. Sin embargo, los relatos más antiguos que conocemos sostienen que estos hombres monstruosos fueron el resultado de la unión entre ángeles y mujeres. Existen bases teológicas (y lógicas) para creer en esta interpretación; sin embargo, ese no es el propósito de este artículo. En realidad, lo que se busca es poner de manifiesto la evidencia antiquísima de esta idea.

Es aquí donde entra en escena Flavio Josefo (37-100 d. C.), un historiador judeorromano que vivió durante la época de los apóstoles y que nos ha legado algunos de los documentos históricos más valiosos de todos los tiempos. En Antigüedad de los judíos, Josefo nos habla brevemente del relato del origen de los gigantes y aporta algunas observaciones interesantes.

«Durante siete generaciones [los descendientes de Set] permanecieron fieles a la idea de que Dios es el señor del universo y haciendo todo con miras a la virtud, pero luego, con el paso del tiempo, abandonando los comportamientos patrios cambiaron a peor, no ofreciendo ya a Dios los honores debidos ni manteniendo una relación justa con los hombres, sino que el celo que antes sentían por la virtud lo duplicaron entonces por el vicio, según mostraban en todo lo que hacían. De ahí vino que obligaran a Dios a enfrentarse con ellos. En efecto, muchos ángeles de Dios copularon con sus mujeres y engendraron hijos soberbios y desdeñosos de todo lo bello, por confiar en su capacidad. Y es que éstos, según la tradición, cometieron iguales desmanes que los atribuidos a los gigantes por los griegos. Noé, en cambio, molesto con sus fechorías y disgustado con sus decisiones, trataba de persuadirlos a que cambiaran a mejor sus determinaciones y acciones, pero al ver que no le hacían caso y que, por el contrario, estaban poderosamente dominados por el placer de los vicios, abandonó el país con sus mujeres, sus hijos y las esposas de éstos, por temor a que lo mataran.»—Libro I, Cap. 1. 72

Josefo muestra aquí la virtud de los hijos de Set, que se mantuvo durante varias generaciones, pero que acabó corrompiéndose con el paso del tiempo. No obstante, no se indica que la semilla santa de Set se haya mezclado con la impura de Caín, dando así lugar a los gigantes. Más bien, Josefo deja claro que «muchos ángeles de Dios se unieron a sus mujeres», es decir, a las mujeres de los descendientes de Set. El historiador judío entendía claramente que «los hijos de Dios» eran ángeles.

Además, Josefo enlaza la narración bíblica con la tradición mitológica griega. Aunque son muy diferentes, él ve algo en común entre ellas, no solo en el énfasis que hacen sobre su gran estatura y fuerza, sino, en especial, sobre su perversidad.

Los gigantes en tiempos de Abraham

El texto anterior no es el único que habla de los gigantes. De hecho, Josefo los menciona al menos seis veces más. La siguiente referencia se halla en la explicación que ofrece sobre la guerra entre los reyes asirios y Sodoma y sus aliados (Génesis 14), con el consiguiente secuestro de Lot, sobrino de Abraham.

«Estos generales saquearon Siria entera, sometieron a los descendientes de los gigantes y, plantándose en Sodoma, acamparon en el valle llamado Pozos de alquitrán. Pues en aquella fecha había pozos en ese lugar… En aquel entonces los habitantes de Sodoma trabaron combate con los asirios y, tras una batalla muy encarnizada, murió un gran número de soldados de Sodoma, al tiempo que los restantes fueron hechos cautivos y llevados a Asiria, entre ellos Lot, que había ido en auxilio de los habitantes de Sodoma.» —Libro I, Cap. 1. 171

La referencia a los gigantes es sumamente interesante, ya que la Biblia no los menciona en esta historia. No obstante, sí que podemos encontrar una alusión a ellos. En Génesis 15, Dios le promete a Abraham que será el heredero de la tierra y que su descendencia será como las estrellas del cielo. Sin embargo, no tomarían posesión de la tierra hasta la cuarta generación, porque «la maldad del amorreo» todavía no había llegado a su colmo. En su debido momento, Dios utilizaría a los israelitas para traer juicio contra los amorreos y las otras tribus cananeas.

Ahora bien, os preguntaréis: ¿qué tienen que ver los amorreos con los gigantes? Pues mucho. Veréis, cuando la generación a la que Dios le había prometido a Abraham que regresaría para tomar posesión de la tierra después de haber sido esclava durante mucho tiempo, escapó de Egipto, se topó en su camino con un pueblo guerrero que sus antepasados ya conocían: los amorreos. La Biblia nos dice claramente que dos de estos reyes eran… sí, exactamente, gigantes. Uno de ellos era Sehón. El otro era Og, rey de Basán.

«Porque únicamente Og rey de Basán había quedado del resto de los gigantes. Su cama, una cama de hierro, ¿no está en Rabá de los hijos de Amón? La longitud de ella es de nueve codos (cuatro metros), y su anchura de cuatro codos (2 metros), según el codo de un hombre.» —Deuteronomio 3:11

Los detalles sobre la cama colosal de Og son, sin duda, interesantes, pero la información sobre la localización de su reino en Basán (Bashan), una fértil meseta a los pies del monte Hermón, es aún más enigmática. Según el Libro de Enoc, fue ahí donde 200 ángeles descendieron a la Tierra, hicieron un juramento y se unieron en matrimonio con las hijas de los hombres, procreando así a los nefilim. Al parecer, algunos ángeles volvieron a transgredir después del diluvio, creando de nuevo esta raza de gigantes.

Gigantes en HebrónLa exhibición de los huesos de los gigantes en Hebrón

Los gigantes de la tierra de los amorreos no eran una anomalía. Toda la tierra de Canaán estaba plagada de estos monstruos humanoides. Una de las ciudades habitadas por estos gigantes era Hebrón, llamada anteriormente Quiriat-arba. En el momento de la conquista israelita, Quiriat-arba estaba gobernada por tres príncipes: Ahimán, Sesai y Talmai, hijos de Anac. Arba fue padre de Anac (Jos. 15:13), y este fue el progenitor de los anakim, una de las razas de gigantes (Nm. 13:33).

Según el libro de los Jueces 1:8-10, los tres príncipes de Quiriat-arba fueron derrotados por el ejército de la tribu de Judá. Aquí, Josefo vuelve a sorprendernos con unos detalles adicionales:

“De aquí levantaron el campamento y lo llevaron a Hebrón y, tras capturarla, mataron a todos sus habitantes, aunque todavía quedó la raza de los gigantes, quienes por el tamaño de sus cuerpos y por su formato nada parecido al del resto de los hombres constituían un espectáculo sorprendente, al tiempo que producía espanto oír su voz. Pero incluso todavía actualmente se puede contemplar su osamenta nada parecida a la de los otros hombres de los que hemos tenido conocimiento en nuestras investigaciones.” —Libro I, Cap. 5. 125

Hoy en día se mira con desdén a cualquier persona, por muy seria que sea, que crea que hay evidencia paleontológica de los gigantes, y se ridiculiza a aquellos que dan testimonio de haber visto los huesos de estos monstruos vivientes. Sin embargo, en tiempos de Josefo esto no parecía suponer ningún problema. De hecho, según este historiador judío, los huesos se conservaban como trofeos, como quien guarda cabezas de jabalí o de ciervo en el comedor de su hogar.

Últimas observaciones 

El relato de Josefo sobre los gigantes no evidencia por sí mismo que estos fueran una mezcla entre ángeles y mujeres. El propósito de este artículo no es demostrar este hecho, sino exponer algunos datos interesantes relacionados intrínsecamente con el relato bíblico. Josefo no fue el único en creer en esta interpretación acerca de los gigantes. Unos de sus compatriotas, los esenios, a los que también menciona Josefo en sus escritos, nos dejaron escondidos en unas cuevas a la orilla del Mar Muerto. Estas cuevas albergaban cientos de manuscritos que formaban parte de su vasta biblioteca. Entre otras cosas sorprendentes, los arqueólogos encontraron porciones del Libro de Enoc y unos fragmentos del «Libro de los gigantes», que hacen referencia a estos seres que hoy deambulan por el mundo como espíritus errantes (esto lo explicaremos más adelante) y que Jesús ha condenado a la perdición.


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