—Enguardia
Una de las cuestiones más importantes en filosofía es la noción del movimiento, el cual da paso a otro concepto, el del cambio. En su Suma Teológica (Summa Theologiae) Tomás de Aquino nos presenta cinco vías, o argumentos, a favor de la existencia de Dios. La primera de estas vías es la del movimiento, la vía del primer motor.
La primera (vía) y más clara es la que se deduce en el movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro. De hecho nada se mueve a no ser que en, cuanto potencia, esté orientado a aquello por lo que se mueve. Por su parte, quien mueve está en acto. Pues mover no es más que pasar de la potencia al acto. La potencia no puede pasar a acto más que por quien está en acto. Ejemplo: el fuego, en acto caliente, hace que la madera, en potencia caliente pase a caliente en acto. De este modo la mueve y cambia. Pero no es posible que una cosa sea lo mismo simultáneamente en potencia y en acto; sólo lo puede ser a algo distinto. Ejemplo: Lo que es caliente en acto, no puede ser al mismo tiempo caliente en potencia, pero sí puede ser en potencia frío. Igualmente, es imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo, o que se mueva a sí mismo. Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que mueve, y así no habría motor alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor. Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen a Dios. (1)
En resumidas cuentas, lo que nos está queriendo decir Aquino es que todo movimiento tiene que ser movido por algo (una causa), y que a su vez este algo es el efecto de otro movimiento anterior, es decir de otra causa. Esto no puede suceder infinitamente, por lo tanto debe haber una primera causa, a saber: Dios.
Curiosamente la Biblia nos muestra varios pasajes muy interesantes que hablan acerca del movimiento en relación a Dios y los hombres. El primero de estos pasajes se encuentra en el primer capitulo libro del Génesis.
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. (Genesis 1:1-2)
Unos cuatro mil años más tarde, el apóstol Pablo llegaba a Atenas. Al ver la ciudad entregada a los ídolos el ex-fariseo entró en una discusión con los judíos y filósofos de la ciudad.
Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. […] Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. (Hechos 17:22-28)
De la misma manera que el filósofo Areto, Pablo afirmaba que Dios era nuestro movedor, la primera causa, el primogénito de los hombres (1). Porque Él es “antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten”(2). Al mismo tiempo, la Biblia también nos enseña que Dios es un ser inamovible, sin cambio:
Porque yo Jehová no cambio; por esto, hijos de Jacob, no habéis sido consumidos. (Malaquias 3:6)
Y:
Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación. (Santiago 1:17)
Así pues, podemos decir que Dios es el movedor no movido, el creador no creado, la causa no causada, el cambiador no cambiado. Y a la vez, el Espíritu Santo, aquel se movía entre la faz de las aguas, es el que nos vivifica, el que nos hace mover y ser.
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Summa Theologiae, I.
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Col. 1:15-21; Salmos 89:27
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Col. 1:17
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