—Enguardia
Hay un 99,9 % de probabilidades de que lo que os voy a contar hoy sea algo que no hayáis escuchado nunca. Es más, después de escuchar esto, quizá no os apetezca volver a hacerlo nunca. Hoy voy a contaros algo que roza lo sobrenatural, lo que algunos llaman mitología. En concreto, voy a hablaros de las quimeras. Es decir, criaturas que son mitad hombre y mitad animal.
Muchos de vosotros seguramente estaréis de acuerdo conmigo en que existe el mundo sobrenatural, después de todo, entendemos que existen seres angelicales. Pero, ¿qué hay de las otras criaturas que a menudo aparecen en la mitología griega o babilónica? ¿Existen las quimeras o es solo un mito?
Lo que voy a contar a continuación procede de un estudio que he estado realizando sobre el Libro de Jaser o Sefer HaYashar, “El libro del hombre justo” en hebreo. Este antiguo documento se menciona en Josué 10:13 y 2 Samuel 1:18.
El texto en cuestión aparece en el capítulo 36 del Libro de Jaser. Los versículos 21 a 25 del Libro de Jaser detallan la genealogía de Esaú, el hermano de Jacob que vivió en Seir, un lugar montañoso donde se encuentran actualmente las ruinas de Petra. Los versículos 25 al 28 describen la descendencia de los hijos de Seir. Los edomitas (hijos de Esaú) vivieron junto a los “hijos de Seir” hasta que estos últimos fueron aniquilados.
El encuentro de Aná con los Yemim
El texto que vamos a analizar comienza en el versículo 28, donde se hace un paréntesis para explicar lo que le sucedió a Aná, uno de los descendientes de Seir.
“…este fue aquel Aná que encontró a los Yemim en el desierto cuando alimentó a los asnos de Zibeon, su padre. Y mientras apacentaba los asnos de su padre, los llevaba al desierto en diferentes momentos para alimentarlos. Hubo un día en que los llevó a uno de los desiertos de la orilla del mar, frente al desierto del pueblo, y mientras los alimentaba, he aquí que una tormenta muy fuerte vino del otro lado del mar y se posó sobre los asnos que estaban alimentándose allí, y todos se detuvieron. Después salieron unos ciento veinte animales grandes y terribles del desierto, al otro lado del mar, y todos ellos llegaron al lugar donde estaban los asnos, y se colocaron allí. Aquellos animales, de la mitad hacia abajo, tenían la forma de los hijos de los hombres, y de la mitad hacia arriba, algunos tenían la apariencia de los osos, y otros la de las kefas, con colas detrás de ellos desde entre los hombros que llegaban hasta la tierra, como las colas de los duques de la tierra, y estos animales vinieron y montaron y cabalgaron sobre estos asnos, y los llevaron, y se fueron hasta el día de hoy. Uno de estos animales se acercó a Aná y lo golpeó con la cola, y luego huyó de aquel lugar. Al ver esta obra, temió mucho por su vida, y huyó y escapó a la ciudad. Y contó a sus hijos y hermanos todo lo que le había sucedido, y muchos hombres fueron a buscar a los asnos, pero no pudieron encontrarlos, y Aná y sus hermanos no volvieron a ir a ese lugar desde aquel día, porque temían mucho por sus vidas.”
El texto nos cuenta claramente cómo Aná se encontró con los yemim, unas criaturas con un aspecto feroz entre hombre y animal. Según este relato, Aná quedó tan asustado que nunca volvió a pisar aquel lugar.
Curiosamente, este no es el único lugar en el que se menciona el encuentro de un hombre con una quimera. El versículo 15 del capítulo 61 del mismo libro nos describe el encuentro de Zefo, un nieto de Esaú, con una quimera en una cueva. En este caso, la criatura parecía un hombre desde la parte superior y un animal desde la inferior.
¿Quimeras en la Biblia?
Cuando estudié el texto en cuestión, nunca imaginé que encontraría algo remotamente parecido en la Biblia. Como en otras ocasiones, pensé que se trataría de algo que solo se menciona en el Libro de Jaser. Sin embargo, para mi asombro, al detenerme a estudiar la genealogía de Esaú, encontré algo curioso.
Lo primero que me llamó la atención fue que los dos libros presentaban prácticamente la misma genealogía. En segundo lugar, el personaje de Aná también aparece en el libro del Génesis. De hecho, el versículo 28 de Jaser es prácticamente igual que el versículo 24 del Génesis.
“Y los hijos de Zibeón fueron Aja y Aná. Este Aná es el que descubrió manantiales en el desierto, cuando apacentaba los asnos de Zibeón su padre.” (Gen. 36:24)
Contrastamos esto con el versículo 28 de Jaser:
“Y los hijos de Zibeón fueron Aja y Aná, este fue aquel Aná que encontró a los Yemim en el desierto cuando alimentó a los asnos de Zibeón, su padre.”
Aparte de las diferencias en la traducción, los textos son idénticos. La única diferencia que encontramos es que en la traducción española de la Biblia Yemim es reemplazado por “manantiales”.
Curiosamente, otras versiones, como la King James y la Biblia del Oso (la antigua Reina-Valera), utilizan el término “mulas”. Esta diferencia debería llamarnos la atención: ¿por qué unos escogieron la palabra “manantiales” y otros “mulas”?
En hebreo existen al menos tres palabras relacionadas con el término “manantial”:
“Manantiales de aguas” – Motzei Mayim – מֹצָאֵי מַיִם“
“Fuentes de aguas” – Gulot – גֻּלֹּת
“Fuente, manantial” – Makor – מָקוֹר
Como se puede apreciar, ninguna de estas tiene que ver con Yemim (יֵמִים). La única conexión es que Yemim y Mayim comparten tres letras, pero eso no indica que sean palabras relacionadas, y aunque lo fueran, no quiere decir que se puedan reemplazar una por otra. Si existen tres términos diferentes para describir un manantial o una fuente, ¿por qué utilizar uno nuevo?
Además, ¿por qué la Biblia se detiene a narrar el hallazgo de un manantial por un hombre totalmente desconocido? ¿Qué importancia tiene? ¿Por qué nadie había visto ese manantial antes? Si fuese un manantial tan importante, ¿no deberíamos tener más datos?
Por otro lado, tenemos el término «mula». En hebreo solo existe una palabra: pered (פֶּרֶד). Me cuesta entender por qué algunos han traducido Yemim como “mulas”, a menos que haya alguna relación con las quimeras. De hecho, también resulta llamativo que algunos comentarios hacen referencia a Levíticos.
“Mis estatutos guardarás. No harás ayuntar tu ganado con animales de otra especie; tu campo no sembrarás con mezcla de semillas, y no te pondrás vestidos con mezcla de hilos.” (Lev. 19:19)
El término “otra especie” y “mezcla” son la misma palabra en hebreo: Kilaim. Kele significa “confinamiento”, “separación”. En otras palabras, el texto prohíbe mezclar animales o plantas de distintas especies o géneros. Esto es llamativo, ya que la mula es un cruce entre un asno y una yegua. De manera similar, una quimera es una mezcla entre un hombre y un animal o entre un ángel y un animal. ¿Podría ser que el texto de Levíticos hiciera referencia a esto último?
Sea como sea, lo que vemos claramente es que pered (mula) no es lo mismo que yemim. Es más, yemim es un Hapax Legomenon, es decir una palabra que aparece solo una vez en toda la Biblia.
Todavía más interesante…
Por último, debo mencionar que este término se traduce al arameo como Emim tanto en el Pentateuco samaritano como en el Targum Onquelos y el Targum de Jerusalén. Ahora bien, ¿quiénes son los Emim? El siguiente texto no ayudará a esclarecerlo:
“Y Jehová me dijo: No molestes a Moab, ni te empeñes con ellos en guerra, porque no te daré posesión de su tierra; porque yo he dado a Ar por heredad a los hijos de Lot. Los emitas (emim) habitaron en ella antes, pueblo grande y numeroso, y alto como los hijos de Anac. Por gigantes eran ellos tenidos también, como los hijos de Anac; y los moabitas los llaman emitas. Y en Seir habitaron antes los horeos, a los cuales echaron los hijos de Esaú; y los arrojaron de su presencia.” (Deut. 2:9-12)
Es decir, los emitas (emim) eran gigantes parecidos a los anakim, “hijos de Anac”. Estos gigantes habitaban en la región de Moab, la cual se encuentra al norte de Seir (Petra) y al este del Mar Muerto. Este dato es interesante porque, según el Libro de Enoc, los ángeles que pecaron al fornicar con mujeres procrearon a los gigantes. Pero la cosa no terminó ahí, ya que también mantuvieron relaciones con los animales y engendraron criaturas parecidas a los Yemim.
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