-León Zarco
A quien le guste discutir, lo único que debe hacer para iniciar una animada discusión es mencionar la palabra Israel. Si se quiere avivar aún más el debate, basta con recalcar la admiración por este pueblo. Pero si esto no es suficiente y el participante desea entrar en un conflicto armado, bastará con decir: ¡Dios ama a Israel!
Existe una corriente muy fuerte que alega que Dios ha acabado con Israel. En pocas palabras, Israel se portó tan mal que Dios lo dio por perdido. Decidió escoger a un pueblo más apto, más santo, más… en fin, ya me entendéis, que los gentiles que han decidido confiar en el Mesías que ellos rechazaron son el verdadero Israel. Es decir, la iglesia (ya sea con i mayúscula o minúscula) ha reemplazado a Israel. Pero, ¿es esto cierto?

En el capítulo once de Romanos, Pablo muestra una analogía en la que compara a Israel con un olivo cuyas ramas han sido desgajadas, mientras que, nosotros, los gentiles, hemos sido injertados como un olivo silvestre. Si el autor de esta epístola no nos diera una explicación, esta imagen podría interpretarse como quien mira un cuadro posmoderno, es decir, de la manera que uno quiera. Afortunadamente, no tenemos que recurrir a la imaginación, ya que la explicación sigue a la analogía.
Lo primero que hay que destacar de esta analogía es que no se ha desarraigado el olivo, sino algunas de sus ramas. El resto del árbol sigue vivo. Además, el texto nos dice que las ramas naturales pueden volver a ser injertadas. Israel no ha sido desarraigado por completo. Los judíos pueden volver a ser injertados en el mismo árbol del que fueron desarraigados. Nosotros, los gentiles, que hemos sido injertados en el árbol en contra de la naturaleza, formamos parte del Israel espiritual. No hemos reemplazado al árbol, sino que formamos parte de él. El texto dice:
«[Tú] has sido hecho partícipe de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas, y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.» (Rom. 11:17-18)
Katakauchaomai, la palabra griega para «jactarse», significa «exaltarse por encima de alguien» o «gloriarse en contra de alguien». Hoy en día, hay muchas ramas silvestres que se exaltan y vociferan contra la misma raíz que les da de sostén. Piensan que son superiores al mismo tronco en el que han sido injertados. Pretenden usurpar su nombre y sus derechos. Esto me recuerda a ciertos inmigrantes que llegan a nuestro país y, a los pocos días, ya reclaman derechos que ni siquiera tienen los mismos ciudadanos. Además, insinúan que la tierra que acaban de pisar les pertenece: los verdaderos herederos son ellos. Creo que esta analogía se acerca bastante al presente asunto. Lo siguiente nos advierte gráficamente de las consecuencias de tal actitud:
«No te ensoberbezcas, sino teme, porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad ciertamente para con los que cayeron, pero la bondad para contigo, si permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.»
El orgullo es, casi con toda probabilidad, la peor transgresión que se puede cometer en contra de Dios. Deberíamos tomarnos muy en serio la cita anterior. Nuestra fe es lo que nos hace permanecer en el árbol, pero nuestro orgullo la pondrá a prueba. Si realmente creemos en su palabra, ¿por qué condenamos a Israel? Nuestras obras prueban lo que somos. Si no somos capaces de amar a Israel y bendecirlo, tampoco seremos capaces de amar a Dios. Si Dios lo ama, ¿no deberíamos amarlo nosotros? El amor del Altísimo por Israel se ejemplifica en numerosos lugares, incluido este:
«Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis… os reuniré de todas la naciones y de todos los lugares adonde os arrojé, dice Jehová, y haré volver al lugar de dónde os hice llevar.» (Jer.29:11-14)
En el versículo uno del capítulo once de Romanos, Pablo pregunta: «¿Ha desechado Dios a su Pueblo (es decir, a Israel)? De ninguna manera.» No, Dios no ha acabado con Israel. Hay un misterio que nos revela que ha habido un endurecimiento parcial en el corazón de los judios «hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo.» (Rom. 11:25)
Israel sigue rechazando en gran parte al Mesías. Aunque están habiendo muchos despertares, la mayoría de judíos esperan con ansias a un salvador diferente. Pero de aquí a poco tiempo Israel conocerá a su redentor, le mirará cara a cara, verá a aquel a quien traspasó. (Zac. 12:10) El lloro se volverá en risa y el dolor en alegría. El tronco de Isaí será su sustento por los siglos de los siglos. Amen.
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