
—Enguardia
El purgatorio es un concepto central en la doctrina católica. Sin embargo, para muchos creyentes, este concepto parece ajeno a las enseñanzas bíblicas. Además, resulta difícil conciliarlo con la obra completa de Cristo en la cruz. La noción del purgatorio ha dejado una huella indeleble en la historia del cristianismo, moldeando concepciones fundamentales sobre la vida después de la muerte, la salvación y la naturaleza del pecado.
Una buena comprensión de este tema nos permitirá ver otros conceptos clave de manera más clara, lo que nos ayudará a vivir una vida plena y sin ataduras religiosas. Más importante aún, nos ayudará a entender mejor cómo prepararnos sin miedo para el más allá.
¿Qué es el purgatorio?
En la teología católica romana, el purgatorio es un estado posterior a la muerte en el que los creyentes se purifican de los pecados residuales antes de entrar plenamente en la presencia de Dios. No se entiende como un castigo eterno, sino como un proceso temporal de purificación. Según esta doctrina, las almas del purgatorio pertenecen a Cristo, pero deben purificarse de los pecados veniales y de la «pena temporal» asociada a los pecados ya perdonados.
Los pecados residuales son las consecuencias que quedan en el alma después de que se ha perdonado la culpa del pecado, ya sea por pecados veniales o por los efectos persistentes de pecados graves ya absueltos. Según esta doctrina, estos pecados no condenan al creyente ni rompen su relación con Dios, sino que dejan una especie de «huella espiritual» que requiere purificación. Esta purificación está directamente relacionada con la pena temporal y puede llevarse a cabo en la Tierra mediante la oración, la penitencia y las buenas obras, o después de la muerte en el purgatorio, donde el alma se prepara para estar plenamente en presencia de Dios. En este sentido, los pecados residuales explican por qué, incluso perdonados, los efectos del pecado pueden necesitar reparación antes de alcanzar la santidad completa.
La pena temporal puede reducirse o eliminarse mediante indulgencias, las cuales pueden ser plenarias o parciales. Algunas de las maneras de obtenerlas son:
- Los rezos a María
- La confesión sacramental (plenaria)
- Comunión eucarística (plenaria)
- Obras de caridad
- Visitación a santuarios o iglesias
- Penitencia
- Asistir a misas para los muertos
Durante la Reforma protestante, Martín Lutero criticó duramente la doctrina de las indulgencias. La compra directa de indulgencias era algo muy común durante el papado de León X, quien las autorizó para financiar la construcción de la basílica de San Pedro en el Vaticano. Actualmente, se afirma que no es posible adquirir indulgencias. Sin embargo, al analizar algunas de las formas de obtenerlas, nos damos cuenta de que existe un tráfico indirecto de indulgencias. Por ejemplo, las obras de caridad se financian con donaciones que benefician directamente a la Iglesia católica. Hasta la fecha, las indulgencias siguen siendo vigentes.
El purgatorio en su contexto histórico
Es importante entender el contexto histórico del purgatorio. No hay pruebas de que los primeros cristianos creyeran o enseñaran sobre el purgatorio. De hecho, ningún líder eclesiástico anterior a Agustín de Hipona (354-430) lo menciona ni hace referencia a él. Se suele vincular a Agustín con esta doctrina, pero la cita más común es dudosa:
«Es conveniente que algunos sean purificados después de la muerte por medio del fuego, para que puedan entrar en la vida eterna sin mancha.» — De civitate Dei (La Ciudad de Dios), Libro 21, capítulo 13
Esta cita es algo ambigua y se puede interpretar de varias maneras. En cualquier caso, Agustín vivió tres siglos después de la muerte de Jesús. Si esta es la única prueba de la existencia del purgatorio, entonces tienen un grave problema.
Juan Crisóstomo (c. 347-407) menciona algo muy parecido cuando dice que «algunos, después de la muerte, son purificados por el fuego para entrar sin mancha en la vida eterna». Pero esto no lleva necesariamente a la creencia de un purgatorio.

Es posible que esta cita se refiera a 1 Corintios 3:15, donde Pablo afirma que las obras de una persona pueden ser destruidas, aunque él mismo pueda salvarse «como por fuego». Este versículo se refiere a las obras de los creyentes, que serán puestas a prueba como la hojarasca, la plata o el oro con el fuego. En otras palabras, Cristo escudriñará nuestras obras y revelará de qué «pastac estamos hechos. Esto no tiene nada que ver con el purgatorio ni con el infierno.
Gregorio Magno (siglo VI) fue el primero en articular una idea cercana al purgatorio medieval, aunque esta vinculación se debe más bien a su creencia de rezar por los muertos. Gregorio dice:
«Debemos ayudar a los difuntos con nuestras oraciones, para que sean liberados de sus pecados mediante sufrimientos temporales.» —Moralia in Job, Libro 30, capítulo 32:
Entre los siglos XII y XIII, teólogos como Pedro Lombardo y Tomás de Aquino sistematizaron esta doctrina, que enseñaba un estado post mortem de purificación. Este último afirmó que «es necesario admitir que hay un purgatorio, porque algunos son detenidos por una pena temporal antes de entrar en la patria celestial, a fin de ser completamente purificados». (Suma teológica, Suplemento, cuestión 71, artículo 1).
Como respuesta a la Reforma, el Concilio de Trento (1545-1563) definió dogmáticamente el purgatorio y reafirmó la validez de las oraciones, las indulgencias y las misas por las almas que se encuentran en él. Estas posiciones siguen vigentes en el catolicismo romano.
Problemas teológicos con el purgatorio
La existencia del purgatorio se basa especialmente en varios pasajes sacados de contexto, como 1 Corintios 3:15 (mencionado anteriormente) y Mateo 12:32. Este último pasaje habla sobre el «pecado imperdonable» contra el Espíritu Santo. El problema de este versículo es que se refiere a un pecado muy concreto (sería muy largo explicarlo aquí), no a una serie de pecados que puedan llevar a una persona al purgatorio. Además, el hecho de que sea «imperdonable» desacredita la acción de purgar este pecado. Si es imperdonable, no puede ser purgado.
Algunos elementos de purificación después de la muerte aparecen en el judaísmo del Segundo Templo, especialmente en el libro apócrifo de 2 Macabeos, donde se mencionan oraciones por los muertos.
«Más consideraba que a los que habían muerto piadosamente les estaba guardada gran gracia. Por tanto, santo y saludable es pensar por los muertos, para que sean desatados de pecados.» (2 Macabeos 12:43-46)
El pasaje se sitúa después de una batalla liderada por Judas Macabeo contra los enemigos de Israel. Judas descubre que algunos de los soldados muertos llevaban encima objetos dedicados a ídolos, lo que según la Ley de Moisés constituye un pecado. Ante esto, Judas y su ejército oran por los muertos y ofrecen un sacrificio expiatorio en su nombre. Este acto se presenta como una muestra de justicia y devoción, con la intención de que Dios perdone y purifique a los muertos.
Este libro, sin embargo, no forma parte del canon hebreo y es rechazado por los protestantes. En cualquier caso, ninguno de estos textos describe un lugar de sufrimiento purificador para los creyentes después de la muerte.
El purgatorio compromete la suficiencia del sacrificio de Cristo
El problema más grave de la doctrina del purgatorio es que anula la capacidad de Cristo para perdonar todos nuestros pecados. Esto también se debe a que la Iglesia católica se basa en otros conceptos teológicos erróneos que distorsionan realidades bíblicas, como la gracia, la justificación y la santificación.
Uno de los textos bíblicos que contradicen claramente la doctrina del purgatorio es el siguiente:
«Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.» (1 Juan 1:6-7)
El tema principal de este capítulo es la comunión entre los creyentes y «con el Padre y con su Hijo». El mensaje central es que, como «Dios es luz», los creyentes también deben caminar en la luz. Quienes no lo hacen demuestran que no son hijos suyos y que no tienen comunión entre ellos ni con Dios. Sin embargo, la sangre de Jesucristo limpia de todo pecado a quienes caminan en su luz.
No hay duda de que todos pecamos («si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos» —1 Juan 1:8), pero para el creyente, ningún pecado debe ser voluntario, «porque si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados». (Hebreos 10:26). Quienes pecan voluntariamente manifiestan que no son hijos de Dios.
El purgatorio niega la idea de que somos justificados por la fe
Aún más importante es recordar que el sacrificio que nos limpia de todo pecado se «ha ofrecido una vez para siempre…[haciendo] perfectos para siempre a los santificados.» (Hebreos 10:12-14)
La Eucaristía, la comunión católica, es el sacramento más importante del catolicismo y el que, supuestamente, puede absolver completamente de los pecados residuales. En este ritual, Cristo es sacrificado (no físicamente) en cada misa católica, lo que contradice claramente las Sagradas Escrituras. Por tanto, la Eucaristía es una parte esencial de la doctrina del purgatorio. La idea básica es que el perdón de los pecados se obtiene a través de la Iglesia católica (especialmente de los sacerdotes). Un arrepentimiento sincero y privado no es suficiente. Tampoco lo es el sacrificio de Cristo en la cruz.
No obstante, la Palabra deja bien claro que «ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús». (Romanos 8:1). Es decir, que aquellos que caminan en la luz o «conforme al Espíritu», la sangre de Cristo los limpia de todo pecado. No seremos condenados ni en el purgatorio ni en el infierno, pues hemos sido «justificados… por la fe». (Romanos 5:1).
El purgatorio contradice la esperanza de estar inmediatamente con Cristo
Otro de los pasajes que ponen en duda la existencia del purgatorio es el de Lucas 23:43, en el que se ve que uno de los criminales crucificados junto a Cristo se arrepintió antes de morir. Jesús le respondió: «De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso».
Este pasaje muestra claramente que el malhechor no pasó por ningún purgatorio, sino que fue directamente al paraíso. El mejor argumento que tienen los católicos para defender su postura es que el ladrón experimentó una conversión perfecta. Según esta idea, existe un arrepentimiento perfecto (contrición perfecta) que elimina por completo la culpa y la pena temporal, por lo que se evita el purgatorio y se tiene acceso directo al cielo.
La idea de una contrición perfecta no es bíblica. Como hemos mencionado anteriormente, las personas no son justificadas por un arrepentimiento sincero, sino por su fe. (Romanos 5:1)
Conclusión
La doctrina del purgatorio, profundamente arraigada en la tradición católica, carece de un fundamento bíblico sólido y surgió tardíamente en la historia de la Iglesia. Las supuestas bases escriturales que se utilizan para defenderlo no describen un lugar postmortem de purificación para los creyentes.
A lo largo de la Biblia, la enseñanza es clara: la obra de Cristo es suficiente y completa para limpiar al creyente de todo pecado, sin necesidad de un proceso posterior de purificación. La salvación no se obtiene mediante penitencias, indulgencias, sacramentos u obras mediadas por una institución religiosa, sino por la fe en el sacrificio perfecto de Jesús, quien «se ofreció una vez para siempre» para justificar al pecador.
Además, las Escrituras ofrecen una esperanza inmediata y segura: quienes mueren en Cristo entran directamente a su presencia, como lo demuestra el caso del ladrón arrepentido. Por tanto, la doctrina del purgatorio no solo añade cargas que la Biblia no impone, sino que oscurece la grandeza del evangelio y la certeza de la vida eterna. La verdadera esperanza del creyente descansa en Cristo, no en un fuego purificador, sino en su gracia perfecta y suficiente.
Artículos relacionados:



Sé el primero en comentar