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Verdad o tradición: la sucesión apostólica bajo la lupa

Sucesión apostólica

Un análisis de la sucesión apostólica y la fidelidad doctrinal de la Iglesia católica

—Enguardia

La Iglesia católica enseña que puede afirmar la verdad doctrinal (dogma) porque las enseñanzas de Cristo y de los apóstoles han sido preservadas a través de una línea ininterrumpida de obispos que se remonta directamente al tiempo apostólico. Este concepto, conocido como sucesión apostólica, se presenta como un sello divino que garantiza la pureza doctrinal, la unidad y la autoridad magisterial. Según esta visión, todos los obispos católicos actuales pueden rastrear su linaje eclesiástico hasta los apóstoles, algo que, según se afirma, no es posible dentro de las denominaciones protestantes.

Sin embargo, este argumento merece un análisis histórico y bíblico en profundidad. ¿Es la sucesión apostólica un fundamento suficiente para garantizar la fidelidad doctrinal? ¿Qué dice realmente la Biblia al respecto? ¿Y cuál es el verdadero criterio para determinar la pureza doctrinal de una iglesia?

Las dos sucesiones apostólicas


La doctrina católica sobre la transmisión apostólica

La doctrina católica afirma que Cristo delegó autoridad en los apóstoles, quienes, a su vez, la transmitieron a sus sucesores. Esta cadena de sucesión garantizaría que la Iglesia católica sigue enseñando las mismas verdades de hace dos mil años, a pesar de que muchas de sus doctrinas surgieron cientos de años después.

No obstante, surge una pregunta fundamental: si la sucesión apostólica garantiza la pureza doctrinal, ¿por qué otras iglesias que también reclaman una línea legítima de tradición apostólica enseñan doctrinas diferentes?


La Iglesia ortodoxa oriental y la sucesión apostólica

La Iglesia ortodoxa oriental, por ejemplo, mantiene igualmente una sucesión apostólica válida y continua. Se dice, por ejemplo, que el patriarca Bartolomé I de Constantinopla (Estambul) es el 270.º sucesor del apóstol Andrés. Sin embargo, los ortodoxos orientales discrepan de la Iglesia católica en temas centrales como el primado, la infalibilidad y la jurisdicción universal del obispo de Roma. Por lo tanto, la continuidad histórica no asegura ni uniformidad doctrinal ni, mucho menos, veracidad teológica.

¿Es la sucesión apostólica un requisito bíblico?

Es evidente que el dogma católico no es puro ni ancestral. La teología católica ha experimentado una evolución a lo largo del tiempo y ha ido adaptándose a los cambios y a las nuevas necesidades de la sociedad. Ha habido cambios, retracciones y correcciones en la doctrina católica, lo que contradice la infalibilidad del papa y la transmisión apostólica. Por tanto, surgen preguntas como: ¿Qué papa tenía realmente razón? ¿Cómo podemos estar seguros de que el dogma de la Iglesia católica es infalible? ¿Es la sucesión apostólica un requisito bíblico?

Al examinar las Escrituras, encontramos que:

  • Nunca se enseña la idea de una sucesión apostólica continua.

  • Nunca se presenta a Pedro como autoridad suprema sobre los demás apóstoles.

El enfrentamiento entre Pedro y Pablo (Gálatas 2)

La epístola a los Gálatas narra un curioso enfrentamiento entre dos de los apóstoles más importantes: Pedro y Pablo. En este pasaje, vemos cómo Pablo se enfrenta a la hipocresía de Pedro (el supuesto primer papa), ya que se reunía con los gentiles en ocasiones, pero en otras «se retraía y se apartaba» (Gálatas 2:11-12) por miedo a lo que pudieran pensar los judíos.

Sin duda, Pedro tuvo un papel muy relevante. Pero también lo tuvieron Pablo y Jacobo, como registra el libro de los Hechos. En ningún caso las Sagradas Escrituras enseñan que la autoridad apostólica debe transmitirse indefinidamente mediante un oficio jerárquico.

El concilio de Jerusalén y la autoridad colectiva de los apóstoles

Los apóstoles se reunían para establecer o aclarar ciertos criterios doctrinales, como vemos en el primer concilio de Jerusalén, en el capítulo 15 del libro de los Hechos. En ningún momento aparece un papa o obispo infalible liderando a los demás apóstoles. De hecho, lo que vemos es que en este concilio intervienen Bernabé, Pablo, Pedro y Jacobo. Sus palabras son bien aceptadas por los apóstoles y ancianos reunidos y, movidos por el Espíritu Santo, deciden juntos que «no se inquiete a los gentiles» (Hechos 15:19-20) con preceptos judaicos. La decisión es de todos, no de uno solo.

La elección de Matías y la cadena sucesoria

Por otro lado, la sustitución de Judas por Matías (Hechos 1) tampoco constituye un precedente para una cadena sucesoria continua. Ese episodio simplemente muestra que un líder infiel (Judas) debe ser reemplazado por otro fiel y que la elección respondió a un propósito único: sustituir al apóstol que había traicionado a Jesús. Pero esta sustitución no se volvió a repetir nunca más.

La advertencia apostólica: la sucesión no garantiza la verdad


El ejemplo de los obispos de Éfeso y los falsos maestros

Uno de los argumentos más contundentes en contra de la idea de que la sucesión apostólica garantiza la pureza doctrinal se halla en las propias advertencias apostólicas. Pablo, dirigiéndose a los propios obispos de Éfeso, declara con claridad que, después de su muerte:

“Entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos.” — Hechos 20:29–30

Según este pasaje, incluso los obispos legítimamente establecidos podrían convertirse en falsos maestros. Es decir, la sucesión en el cargo no implica fidelidad doctrinal.


Paralelos históricos en Israel y en la época de Jesús

La historia de Israel confirma este principio. A lo largo de los siglos hubo decenas de líderes políticos y religiosos, pero la mayoría fueron malos y algunos incluso perversos. Estos eran los «sucesores» de Moisés en términos de función. En ningún caso la Biblia les otorga legitimidad por ser sucesores, ya sea por su cargo o por su linaje.

La época de Jesús no fue diferente. Los líderes religiosos, los fariseos y saduceos, habían corrompido profundamente la doctrina, hasta el punto de que Cristo advirtió a sus discípulos: “Guardaos de la levadura de los fariseos y saduceos.” (Mateo 16:6) Por ello, la clase religiosa con el linaje más prestigioso terminó siendo confrontada y desautorizada por el propio Mesías.

Esto no quiere decir que la línea de descendencia del Mesías como rey y sacerdote eterno no fuera importante. No debe desacreditarse, pero tampoco debe reemplazarse por otro tipo, como el de la sucesión apostólica institucional.

La Palabra: el verdadero legado apostólico


La autoridad apostólica se transmite mediante la Biblia


La Biblia enseña claramente que la autoridad apostólica se transmite mediante la fiel transmisión de la Palabra de Dios, no a través de una cadena de obispos. Cristo y los apóstoles sentaron las bases de la iglesia (Efesios 2:20) y su enseñanza quedó registrada en los escritos del Nuevo Testamento. Por lo tanto, la sucesión apostólica verdadera no es humana, sino doctrinal y espiritual. Así lo enseñan repetidamente las Sagradas Escrituras.

Antes de partir hacia Jerusalén, Pablo encomendó a los obispos (líderes de las iglesias) la tarea de velar por todo el rebaño y protegerlo de los lobos rapaces (falsos profetas) con «la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados». (Hechos 20:32)

Ejemplos de Pablo y los bereanos sobre fidelidad doctrinal

El poder de la Palabra también se manifiesta en los siguientes pasajes:

  • “Toda la Escritura es inspirada por Dios… a fin de que el hombre de Dios sea perfecto.” (2 Timoteo 3:16–17)

  • “Y estos [los de Berea] eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.” (Hechos 17:11)

La Biblia como medida final de la verdad doctrinal

La autoridad final de la Iglesia no reside en los obispos o pastores, a pesar de que tienen una responsabilidad especial, sino en la Palabra de Dios. En el último pasaje se puede observar claramente que los judíos de Berea examinaban las Escrituras para comprobar si el mensaje de Pablo era veraz. Los cristianos también deben revisar todo lo que se diga desde el púlpito, incluido lo que diga el papa.

La Iglesia católica sostiene que, sin una autoridad suprema, la doctrina cristiana puede fragmentarse. Lutero era consciente de ello, pero consideraba que la fragmentación era preferible a un régimen autoritario en el que no existiera la posibilidad de conocer la verdad.

La causa de estas diferencias no es la ausencia de un papa, sino la tendencia humana a interpretar las Sagradas Escrituras según tradiciones humanas, tal y como hicieron los fariseos. Cuando se estudia la Biblia con rigor y en su contexto, es posible discernir claramente la verdad doctrinal. Además, las diferencias doctrinales pueden llevar a las personas a estudiar más a fondo las Escrituras (Prov. 27:17),  ya que esto permitirá poner  en tela de juicio sus propias doctrinas, las cuales podrían estar equivocadas. Esto nunca podría suceder si solo se permitiese una única visión. 

Conclusión: la verdadera medida de la pureza doctrinal

La sucesión apostólica, tal y como la define la Iglesia católica, no tiene un fundamento explícito en las Sagradas Escrituras y tampoco garantiza la pureza doctrinal. La historia bíblica y eclesiástica demuestra que los papas se han equivocado en numerosas ocasiones e incluso se podría decir que algunos de ellos han sido realmente malvados.

La verdadera señal de una iglesia fiel no es una cadena histórica de obispos, sino la sujeción total y constante a la Palabra de Dios. Las Escrituras, y no una cadena de sucesores, son la medida infalible de la verdad.

Como personas, siempre podemos equivocarnos. Esto debe infundirnos cierto temor (especialmente a los líderes), pero no debe aterrorizarnos. Si somos fieles a su Palabra y amamos al Señor, él es fiel «para guardarnos sin caída» (Judas 1:24). Aunque existan lobos rapaces, siempre habrá pastores fieles que protegerán a sus ovejas y su Palabra.

La continuidad está garantizada por el Espíritu Santo. Amén.


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