
–Enguardia
La Eucaristía es la parte más importante de la fe católica, ya que en ella se cree que Jesús está realmente presente en forma de pan y vino. La Iglesia católica cree que fue instituida por Cristo en la Última Cena, la noche antes de su muerte, cuando tomó el pan y el vino y dijo a sus discípulos: «Esto es mi cuerpo… esta es mi sangre… haced esto en memoria mía» (cf. Lc 22, 19-20). Algunos creen que la Eucaristía es simplemente un recuerdo simbólico del sacrificio de Cristo en la cruz. ¿Pero es esto lo que realmente enseña la Iglesia católica?
El Catecismo de la Iglesia Católica, n.º 1367, dice:
«El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio:
“Es una y la misma víctima; el mismo que se ofrece ahora por ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí mismo entonces en la cruz; sólo difiere el modo de ofrecer” (Concilio de Trento: DS 1743).
Y porque en este sacrificio divino que se realiza en la Misa se contiene y se inmola de manera incruenta el mismo Cristo que se ofreció a sí mismo de modo cruento en la cruz, el santo Concilio enseña que este sacrificio es verdaderamente propiciatorio.»
Según el Catecismo, la Eucaristía no es solo una representación, sino el mismo y «único» sacrificio. Muchos católicos alegan que Cristo no es sacrificado una y otra vez en la Eucaristía, pero el texto anterior deja claro que en la misa «se inmola de manera incruenta el mismo Cristo». Esto significa que el pan y el vino se transforman (es decir, se produce una transubstanciación) en el cuerpo de Cristo cada vez que se celebra el ritual.
Un solo sacrificio

Curiosamente, fue el mismo Pedro quien dijo que «Cristo padeció una sola vez por los pecados de todos nosotros» (1 Pedro 3:18). El apóstol Pablo también dijo que «Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos». (Heb. 9:28) La Biblia contradice, por tanto, la tradición católica, que afirma que «Cristo se inmola de manera incruenta» en cada misa católica.
El sacrificio de animales era una práctica común entre los judíos antes de la llegada del Mesías. De hecho, estos rituales se observaban mucho antes. La Biblia constata que Abel realizó sacrificios, posiblemente siguiendo el ejemplo de Yahvé, que sacrificó el primer animal para tapar la desnudez de Adán y Eva con su piel.
En tiempos de Moisés, se construyó un tabernáculo siguiendo el modelo de las «cosas celestiales». Los rituales que se realizaban en el santuario eran una copia de realidades y acontecimientos superiores. Los sacrificios que el sumo sacerdote ofrecía cada año por la remisión de los pecados de todo el pueblo no podían salvar a nadie. Era necesario un sacrificio mayor: el de un sumo sacerdote sin pecado, Jesús.
Tras su sacrificio, Cristo no entró en el santuario hecho a mano, que no podía salvar a nadie por sí mismo, sino en el Lugar Santísimo. Jesús accedió al santuario celestial «no para ofrecerse muchas veces» (Heb. 9:25), sino «una vez para siempre».
Jesús murió por todos los pecados y por toda la humanidad. Su sacrificio fue suficiente para perdonar los pecados de todos aquellos que han creído y creerán en él, desde el principio de los tiempos hasta el fin de los siglos. Si su sacrificio no hubiera sido suficiente para perdonar todos nuestros pecados, «le sería necesario padecer muchas veces desde el principio del mundo». (Heb. 9:26). En otras palabras, Jesús debería sacrificarse continuamente por los pecados de todo el mundo desde el principio de los tiempos.
Cristo se sacrifica cada vez que se celebra la Eucaristía, aunque no por todos los pecados, como veremos a continuación.
Sin sangre no hay perdón de pecados
Otro de los grandes problemas de la Eucaristía es que Cristo se inmola de manera incruenta (sin derramar sangre) en cada misa. No obstante, la Biblia deja claro que «sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados». (Heb. 9:22)
Esto no supone ningún problema para quienes celebran el ritual de forma simbólica, pero el Catecismo 1367 deja claro que «este sacrificio es verdaderamente propiciatorio». Esto significa que la Eucaristía tiene la capacidad de perdonar pecados, aunque solo los veniales, no los mortales. Así pues, debemos preguntarnos: ¿cómo puede la Eucaristía borrar los pecados (veniales) si no hay derramamiento de sangre? El Catecismo deja claro que Cristo se «ofrece ahora (en el ritual)… solo que difiere el modo de ofrecer». El «modo» no es cualquier cosa, sino lo que ha establecido Dios. Ninguna persona ni organización tiene la potestad para cambiar sus decretos.
Pero la cosa se complica todavía más cuando tenemos en cuenta la verdad bíblica de que la sangre de Cristo no solo es eficaz para perdonar los pecados pequeños, sino todos los pecados.
«Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.» (1 Juan 1:7)
La sangre que derramó Jesús es capaz de borrar todas nuestras faltas, ya sean leves o graves. No es necesario un ritual místico e incomprensible que realice este trabajo a medias, ya que ninguna misa puede limpiarte de todo pecado.
Cristo es suficiente.



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