La reforma protestante es sin duda uno de los eventos más importantes que han acaecido en los últimos dos mil años. No es de extrañar, por tanto, que en este 500 aniversario muchos han querido recordar y exaltar el papel transcendental que ha tenido ésta sobre el progreso político, económico y cultural europeo; es decir en la modernización del continente. Pero, ¿fue la Reforma solo un movimiento social, hecho por mano de hombre, o hay algo más? Para responder a esta pregunta acudiremos a dos de los personajes más relevantes vinculados a la reforma: el principe del humanismo, Erasmo de Roterdam, y el máximo exponente de la reforma protestante, Martín Lutero.
Erasmo nacería aproximadamente en el año 1466 en Holanda. El mismo año del descubrimiento del nuevo mundo por Cristóbal Colón, Erasmo, a sus 25 años, sería ordenado sacerdote; profesión la cual no acabaría ejerciendo. Erasmo estudiaría en la Universidad de Paris, ya por aquel entonces bajo influencia humanista, y más tarde viajaría por todo Europa con un creciente interés por las lenguas clásicas y el estudio de las sagradas escrituras. En 1516 Erasmo imprimiría por primera vez una edición del Nuevo Testamento en griego y latín. El Nuevo Instrumento, como lo llamaría él, se adelantaría por poco a la Biblia políglota complutense editada en Alcalá de Henares, obteniendo así la exclusividad de su obra por los próximos cuatro años. De esta forma el Nuevo Testamento de Erasmo sería distribuido y estudiado por todo Europa, siendo incluso utilizado más tarde por el mismo Lutero para la traducción de la Biblia al alemán.
Erasmo, sin embargo, no pasaría a la fama solo por sus traducciones bíblicas; en varios de sus escritos Erasmo criticaría a los líderes católicos y atacaría la doctrina, las supersticiones y la corrupción moral de la iglesia romana. En el Enchiridion, o Manual del Caballero Cristiano, el erudito rechazaría tales cosas como la invocación a los santos, las indulgencias e incluso las prácticas monásticas. Con todo esto Erasmo quería ver una iglesia reformada. Pero, ¿que lejos iría? Antes de responder esta respuesta pasemos a examinar a Lutero.
Lutero nacío en 1483 en el pueblo minero de Eisleben, Alemanía. El padre de Lutero, Hans, habiendo invertido en minería y obtenido algo de capital, mandó a su hijo a Erfurt con el propósito de convertirlo en abogado. Sin embargo, los planes de Hans se verían truncados un “buen día” de tormenta. Lutero, siendo golpeado por un rayo y luchando por su vida, invocaría a Santa Ana, patrona de los mineros de la región. El joven aspirante a abogado prometió hacerse monje si ésta le salvaba. Dos semanas después Lutero ingresó en el monasterio agustino de Erfurt. El joven alemán pasaría los próximos siete años en una estricta vida monástica, buscando la aceptación de Dios a través de plegarias tortuosas, ayunos y vigilias en intemperies invernales que podrían haber acabado con su vida.
En el año 1510, en un viaje a Roma, Lutero sería testigo de la corrupción de la iglesia romana. Sin embargo, el joven monje no perdió la oportunidad de subir la scala santa; la cual, según cuenta la leyenda podían perdonar los pecados de los fieles. De rodillas, escalón tras escalón, Lutero subió hasta la cima, y volviéndose hacía atrás se preguntaba si había algo de verdad en todo aquello. El piadoso monje, a pesar de todos sus sacrificios, no se sentía más cerca de Dios.
Lutero proseguiría con su rutina. Varios años más tarde se mudaría a Wittenberg, donde obtendría el doctorado de teología y donde además sería nombrado profesor de la universidad de dicha ciudad. Sería ahí donde la vida de Lutero volvió a dar otro giro inesperado. En el año 1517, un fraile dominico itinerante llamado Johann Tetzel pasó por la zona vendiendo indulgencias con el propósito, en parte, de financiar la nueva basílica de San Pedro en Roma. Según este fraile y gran inquisidor de Polonia, estas indulgencias podían salvar a los estimados muertos del purgatorio, y a los vivos perdonar sus pecados. Escuchando sobre dicha práctica, un encolerizado Lutero escribió 95 tesis en contra de las indulgencias y las clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg, como era costumbre hacer cuando se quería iniciar un debate académico. Las tesis, sin embargo, acabaría en manos de un desconocido y gracias al nuevo invento de la imprenta éstas se fueron extendiendo rápidamente por todo Europa.
El Papa León X intentó de varias formas que Lutero se retractara. Sin embargo, cuanta más presión ejercían sobre él, más arremetía contra la iglesia romana. Lutero, clasificado como borracho y cerdo salvaje, no solo acabaría por cuestionar la autoridad del Papa sino que además le calificaría de anticristo. Como era de esperar Lutero sería excomulgado y proclamado hereje.
No obstante, como veremos, el problema era más profundo que el de las indulgencias y malas prácticas: era un problema espiritual. Para poder comprenderlo en detalle debemos recular varios años, hasta el ingreso de Lutero en el monasterio de Erfurt. Ahí, como se ha dicho antes, el joven monje habría trabajado día y noche para encontrar la paz con Dios; sin embargo, cuanto más trabajaba más lejos se encontraba de Dios, como él mismo escribiría:
“Caminaba constantemente en un sueño y vivía en total idolatría, porque no creía en Cristo: le consideraba solo como un juez severo y terrible sentado en un arco iris.”
“Pensaba de todo corazón encontrar justicia a través de mis obras.”
Así pues, Lutero pasaría más de diez años con la misma pregunta rondadole en la cabeza: ¿cómo puede el hombre ser justo delante de algo tan santo como Dios?
En la torre de la Iglesia de Todos los Santos, en Wittenberg, Lutero pasaba horas meditando en estas cosas; sobretodo con un pasaje que le estuvo abrumando por mucho tiempo:
“Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: más el justo por la fe vivirá.” (Romanos 1:17)
Finalmente, por la gracia de Dios, meditando día y noche, Lutero llegó a comprender lo que éstas palabras significaban: la fe, un regalo de Dios, es el que justifica al hombre. La salvación es un regalo para el pecador, y no un premio para el justo. Éste era el mensaje de la cruz, el mensaje de Jesús. Éste mismo mensaje es el que le haría nacer de nuevo y el que le permitió ver “totalmente otra cara de las escrituras”.
Sin embargo, el mensaje de salvación visto por Lutero no era el mismo que el que creía Erasmo. El humanista, ya en sus primeras obras, había dado algunas pinceladas sobre el libre albedrío. En el Enchiridion, por ejemplo, Erasmo exhorta al cristiano a utilizar la armas de guerra cristianas, la oración y el conocimiento, en su lucha para alcanzar la piedad y la salvación; es decir, enseña a utilizar las armas por las cuales el cristiano puede trabajar por su salvación. “El Divino Espiritu se inclina ante tu humildad, sin embargo, tú debes alzarte a su sublimidad –escribiría Erasmo—.”
Este concepto no podría ser más opuesto a la visión bíblica de Lutero; quién ya en su anonimato había criticado dicha postura. Sorprendentemente, las palabras de Lutero llegarían a oídos de Erasmo, quien, a pesar de todo, rehuiría entrar en debate. Sin embargo, la creciente tensión entre la iglesia romana y los reformadores, y las duras críticas que recibía por parte de los dos bandos harían que Erasmo tomara una decisión. El príncipe de los humanistas acabó por escoger el bando más seguro, el del catolicismo romano. Erasmo empezaría a través de varios tratados su ataque contra Lutero. Irónicamente, el humanista elegiría como tema el libre albedrío, el cual, según él, no resultaba ser de suma importancia, mientras que para Lutero no había tema más importante que éste.
Como buen humanista, el erudito holandés empezaría abordando el tema desde un punto no dogmático. Según él las escrituras no son claras respecto a este tema en cuestión y por tanto prefirió tomar el bando de los escépticos y de los concilios de la iglesia que el de dogmas como los profesados por Lutero.
Lutero criticaría sistemáticamente dicha visión:
«El Espíritu Santo no es ningún escéptico, y las cosas que ha escrito en nuestros corazones no son dudas ni opiniones, sino afirmaciones, más seguras y ciertas que el sentido y la vida misma.»
Para Lutero no había duda: las Escrituras eran claras y comprensibles; no obscuras e incomprensibles, como creía Erasmo. Además, Lutero veían grandes incongruencias en las afirmaciones de Erasmo, el cual daba prioridad a los padres de la iglesia y a los concilios antes que a la autoridad de la Biblia. Esto resulta algo extraño, puesto que por un lado Erasmo se define como un librepensador, y sin embargo, por el otro, utiliza como base las tradiciones y decretos dogmáticos de la iglesia romana para defender su postura.
Respecto al tema en cuestión, el del libre albedrío, Erasmo creía que el hombre tenía libertad de escoger entre hacer bien o mal, y por consiguiente de creer en Dios o no. La salvación, según Erasmo, se llevaría acabo a través de un tipo de sinergia entre el hombre y Dios, es decir, entre las obras humanas y la gracia de Dios. No obstante, incongruentemente, admitiría que el libre albedrío sin la Gracia no era capaz de hacer buenas obras.
Lutero le respondería:
«En todo tu tratado te olvidas de que habías dicho que el libre albedrío no puede hacer nada sin la gracia, ¡y sin embargo pruebas que el libre albedrío puede hacerlo todo sin la gracia!»
Lutero no podía ver más contradicciones y sinsentidos. La sinergia no era viable. El hombre se encuentra en un estado de pecado incurable y la única salida para ser justificados es la misma gracia de Dios. Si por el contrario el hombre no estaba totalmente perdido, ¿para qué el sacrificio hecho por Jesús en la cruz? ¿Por qué morir por alguien que puede trabajar por su salvación?
Erasmo acabaría por fracasar. El intento sinérgico, o ecuménico, del holandés no daría resultado alguno. Es más, lejos de cerrar la brecha, el debate entre los dos eruditos acabaría por sentenciar la Reforma. Ya no había marcha atrás.
Por lo tanto, ¿qué podemos sacar de todo ésto? En primer lugar, sería bueno recordar que el centro de atención de la reforma no es la obra del hombre, sino la obra de Cristo. Como el mismo Lutero afirmaría: “Yo no hice nada; la Palabra lo hizo todo.” En segundo lugar este acontecimiento debe recordarnos que hoy vivimos en tiempos algo similares a los de entonces. La Palabra, aunque traducida a miles de idiomas, está siendo olvidada, tergiversada y pisoteada. Y al igual que Erasmo, el cristiano moderno rehuye el debate y la contienda, con la mera escusa de preservar la paz y la unidad. Y lo que es peor, las afirmaciones y los dogmas bíblicos, tan defendidos por Lutero, son vistos como una enfermedad que debe ser erradicada.
Recordemos por tanto en este 500 aniversario el verdadero espíritu de la Reforma. Recordemos a aquellos personajes que decidieron arriesgar sus vidas por la Verdad y que defendieron sin contemplaciones la Palabra encomendada a sus santos. Recordemos la verdadera Reforma.
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