Enfermedad, J. C. Ryle (1816-1900)
Llegará el momento en que tú, al igual que otros, descenderás por el oscuro valle de la sombra de la muerte. Llegará la hora en que tú, como todos tus antepasados, enfermarás y morirás. Puede ser un tiempo cercano o lejano; sólo Dios sabe. Pero cuando sea el momento, vuelvo a preguntar: ¿Qué vas a hacer? ¿A dónde piensas acudir en busca de consuelo? ¿Sobre qué descansará tu alma? ¿Sobre quién piensas edificar tu esperanza? ¿De dónde obtendrás tu alivio?
Te suplico que no ignores estas preguntas. Permite que trabajen en tu conciencia y no descanses hasta que les des una respuesta satisfactoria. No juegues con la preciosa dádiva del alma inmortal. No postergues la consideración de este asunto para un momento más conveniente. No presumas de un arrepentimiento en el lecho de muerte. Los asuntos más importantes no se dejan para el final.
«Un ladrón moribundo fue salvado para que los hombres no perdieran la esperanza, pero solo uno, para que nadie pueda presuponer.»
Repito la pregunta. Estoy seguro de que merece una respuesta. «¿Qué harás tú cuando estés enfermo?»
Si fueras a vivir para siempre en este mundo, no me dirigiría a ti cómo lo hago ahora. Pero eso no va a suceder. La humanidad no tiene escapatoria de esta suerte común. Debe llegar el día en que cada uno de nosotros irá al lugar donde pasaremos una eternidad. Quiero que estés preparado cuando te enfrentes a ese día. El cuerpo que ahora ocupa tanto de tu atención, el cuerpo que ahora vistes y alimentas con tanto cuidado, ese cuerpo debe volver de nuevo al polvo. ¡Ay, piensa en lo terrible que sería proveer de todo excepto de lo único necesario (proveer para el cuerpo, pero descuidar el alma), morir y «no dar ninguna señal» de haber sido salvado! Una vez más hago la pregunta a tu conciencia: «¿Qué harás cuando estés enfermo?»
Ofrezco «consejo» a todos los que sienten que lo necesitan y están dispuestos a tomarlo, a todos los que sienten que aún no están preparados para encontrarse con Dios. Ese consejo es corto y simple: buscad al Señor Jesucristo, y sed salvos.
O tienes alma o no la tienes. Seguro que nunca negarás que tienes una. Si es así que tienes un alma, busca la salvación de esa alma. De todos los juegos de azar en el mundo, no hay ninguno tan imprudente como el del hombre que vive sin estar preparado para encontrarse con Dios y, sin embargo, pospone el arrepentimiento. O tienes pecados o no tienes ninguno. Si es así (¿y quién se atreverá a negarlo?), aléjate de ellos sin demora. O necesitas un Salvador o no lo necesitas. Si lo necesitas, acude al único Salvador hoy mismo, y clama fuertemente a Él para que salve tu alma. Busca a Cristo de una vez. Búscalo por fe. Encomienda tu alma a Su cuidado. Clama con fuerza a Él por el perdón y la paz con Dios. Pídele que derrame el Espíritu Santo sobre ti y te haga un verdadero cristiano. Él te escuchará. No importa lo que hayas sido, Él no rechazará tu oración. Él dice: «al que a mí viene, no le echo fuera». [Juan 6:37]
Te suplico que vayas con cuidado con el cristianismo vago e indefinido. No te contentes con una esperanza general de que todo está bien porque perteneces a una antigua denominación eclesiástica establecida, y que todo estará bien al final, porque Dios es misericordioso. No descanses sin una unión personal con Cristo. No descanses hasta que tengas el testimonio del Espíritu en tu corazón, y seas lavado, santificado, justificado (uno con Cristo), y Cristo esté en ti. No descanses hasta que puedas decir con el apóstol: «Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.» [2 Timoteo 1:12].
La religión vaga, indefinida e indistinta puede parecer que funciona bien cuando uno tiene salud. Nunca servirá en el día de la enfermedad. Un mero cristianismo formal, mecánico, puede llevar a un hombre a través de la luz de la juventud y la prosperidad, pero se romperá por completo cuando la muerte esté a la vista. Nada servirá sino una verdadera unión del corazón con Cristo. Cristo, nuestro amigo, intercediendo por nosotros a la diestra de Dios. Solo Cristo puede quitar el aguijón a la muerte y capacitarnos para enfrentar la enfermedad sin temor. Sólo Él puede librar a los que por el temor de la muerte están esclavizados. Digo a todo el que quiera consejo: sea uno con Cristo. Si alguna vez vas a tener esperanza y consuelo en el lecho de la enfermedad, entonces sé uno con Cristo. Busca a Cristo. Persigue a Cristo.
Llévale todos los cuidados y problemas cuando seas uno con Él. Él te guardará y te llevará a través de todo problema. Derrama tu corazón delante de Él cuando tu conciencia esté cargada. Él es el verdadero confesor. Sólo Él puede perdonarte y quitarte la carga. Vuélvete a Él primeramente en el día de la enfermedad, como Marta y María. Sigue mirándolo a Él hasta el último aliento de tu vida. Vale la pena conocer a Cristo. Cuanto más lo conozcas, más lo amarás. Se uno con Jesucristo.
Exhorto a todos los verdaderos cristianos que lean este documento a recordar cuánto glorifican a Dios en el tiempo de la enfermedad, y a «permanecer tranquilos en la mano de Dios cuando estén enfermos».
Creo que es muy importante tocar este punto. Sé cuán pronto está el corazón de un creyente a desfallecer, y lo activo que está Satanás en sembrar dudas y sugerencias cuando el cuerpo de un cristiano es débil. He visto algo de la depresión y el desánimo que a veces sobreviene a los hijos de Dios cuando repentinamente son dejados de lado por una enfermedad y obligados a quedarse quietos. En tales momentos he notado cuán propensas son algunas buenas personas a atormentarse con pensamientos morbosos, y a decir en sus corazones: «Dios me ha desamparado; se ha olvidado de mí».
Ruego encarecidamente a todos los creyentes enfermos que recuerden que pueden honrar a Dios tanto sufriendo pacientemente como trabajando arduamente. A menudo mostramos más gracia quedándonos quietos que yendo de un lado a otro realizando grandes obras. Les ruego que recuerden que Cristo se preocupa por ellos tanto cuando están enfermos como cuando están sanos, y que el mismo castigo que sienten con tanta intensidad es enviado con amor y no con ira. Sobre todo, les ruego que recuerden la simpatía de Jesús por todos sus miembros débiles. Él siempre los cuida con ternura, pero nunca tanto como en su momento de necesidad. Cristo ha tenido una gran experiencia con la enfermedad. Conoce el corazón de un hombre enfermo. Él solía ver «toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» [Mateo 4:23] cuando estuvo en la tierra. Se compadeció especialmente de los enfermos en los días de Su carne, y se compadece especialmente de ellos ahora. Pienso a menudo que la enfermedad y el sufrimiento hacen que los creyentes se parezcan más a su Señor en experiencia que sí tuvieran salud. «Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores» [Isaías 53:4; Mateo 8:17]. El Señor Jesús fue un varón de dolores, familiarizado con el sufrimiento. Nadie tiene la oportunidad de conocer la mente de un Salvador que sufre como unos discípulos que sufren.
Concluyo con una palabra de «exhortación» a todos los creyentes, pidiendo de corazón que Dios grabe en sus almas. Les exhorto a mantener el hábito de una comunión íntima con Cristo, y nunca tener miedo de «ir demasiado lejos» en su religión. Recuerda esto si deseas tener «gran paz» en tus tiempos de enfermedad.
Observo, con pesar, una tendencia en algunos círculos a rebajar el estándar del cristianismo práctico y a denunciar lo que llaman «puntos de vista extremos» sobre el camino diario de la vida de un cristiano. Observo con dolor que incluso las personas religiosas a veces miran con frialdad a los que se apartan de la sociedad mundana y los censuran como «exclusivos, de mente estrecha, egoístas, crueles, amargados», y cosas por el estilo. Le advierto a todo creyente en Cristo que lea este documento que tenga cuidado de no dejarse influenciar por tales censuras. Le ruego, si quiere ver la luz en el valle de la muerte, que «se guarde de ser contaminado por el mundo», que «siga al Señor de todo corazón» y que camine muy de cerca de Dios. [Santiago 1:27; Números 14:24]
Creo que la falta de «esmero» en el cristianismo de muchas personas es una de las razones de su falta de paz, tanto en tiempos de salud como de enfermedad. Creo que la religión de la transigencia, que satisface a muchos en la actualidad, es ofensiva para Dios y siembra espinas en las almohadas de la muerte, que muchos no descubren nunca hasta que es demasiado tarde. Creo que la pobreza y la debilidad de tal religión nunca se revela tan claramente como lo hacen en la cama de un enfermo.
Si tú y yo queremos estar «muy animados» en los tiempos difíciles, no debemos contentarnos con una unión estéril con Cristo. [Hebreos 6:18] Debemos conocer algo sobre una sincera «comunión» experimental con Él. Nunca, nunca olvidemos, que una cosa es «unión» y otra «comunión». Miles, me temo, saben lo que es la unión con Cristo, pero no saben nada sobre la comunión.
Puede llegar el día en que, después de una larga lucha contra la enfermedad, sintamos que la medicina no da más y que no queda otra que morir. Los amigos estarán esperando, incapaces de ayudarnos. El oído, la vista, incluso el poder de orar, nos fallará rápidamente. El mundo y sus sombras se derretirán bajo nuestros pies. La eternidad, con sus realidades, aparecerá ante nuestras mentes. ¿Qué nos apoyará en esa hora de prueba? ¿Qué nos permitirá decir: «No temeré mal alguno»? [Salmo 23:4] Nada, nada puede hacerlo sino una estrecha comunión con Cristo. Cristo viviendo en nuestros corazones por la fe, poniendo su brazo derecho debajo de nuestras cabezas. Cristo sentado a nuestro lado. Solo Cristo puede darnos la victoria completa en la última lucha.
Aferrémonos más a Cristo, amemosle de todo corazón, vivamos más profundamente para Él, imitemosle más, démosle a conocer audazmente, sigámosle plenamente. Una religión como ésta siempre traerá su propia recompensa. La gente mundana puede reírse de ello. Los hermanos débiles pueden pensar que es extremo; pero nos sentará bien; en el atardecer de nuestras vidas nos traerá luz; en la enfermedad nos traerá paz y en el mundo venidero nos dará una corona de gloria que nunca se desvanecerá.
El tiempo es corto. Este mundo está pasando. Unas pocas enfermedades más, y todo habrá terminado. Unos cuantos funerales más, y nuestro propio funeral tendrá lugar. Algunas tormentas y vendavales más, y estaremos a salvo en el puerto. Viajamos hacia un mundo donde no habrá más enfermedad, donde la separación, el dolor, el llanto y el duelo se desvanecerá para siempre. Cada año en el cielo los hijos amados de Dios van aumentando en número, mientras la tierra se vacía cada vez más. Los amigos que nos han precedido son cada vez más numerosos que los amigos que quedan atrás [en este mundo]. «Porque aún un poquito,Y el que ha de venir vendrá, y no tardará.» [Hebreos 10:37] En su presencia habrá plenitud de gozo. Cristo enjugará todas las lágrimas de los ojos de su pueblo. El último enemigo que será destruido es la Muerte. Pero será destruido. La muerte misma un día morirá. [Apocalipsis 20:14]
Mientras tanto, vivamos la vida de fe en el Hijo de Dios. Apoyemos todo nuestro peso en Cristo, y regocijémonos en el pensamiento de que Él vive para siempre.
Sí: ¡bendito sea Dios! Cristo vive, aunque podamos morir. Cristo vive, aunque amigos y familiares sean llevados a la tumba. Vive el que abolió la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio. Vive el que dijo: los rescataré del poder del sepulcro; los redimiré de la muerte. ¿Dónde, oh muerte, están tus plagas? ¿Dónde, oh sepulcro, está tu destrucción? [Oseas 13:14; 1 Cor. 15:55] Vive quien un día cambiará nuestro cuerpo vil, y lo hará como Su cuerpo glorioso. En la enfermedad y en la salud, en la vida y en la muerte, apoyémonos confiadamente en Él. Ciertamente, deberíamos decir diariamente junto con los antiguos:
«¡Bendito sea Dios por Jesucristo!»
Editado por C.R. Carmichael – Sacredsandwich
Sermón completo en inglés: www.gracegems.org/SERMONS/sickness.htm
Sé el primero en comentar