En su juventud, John Charles Ryle (1816-1900), fue un destacado atleta, sobresaliendo en cricket y remo. Su vida, no obstante, no fue fácil. Sus dos primeras mujeres fallecieron de jóvenes y, un día, él también enfermó gravemente. Esa circunstancia fue la que hizo que el joven inglés cogiera la Biblia, olvidada de hacía tiempo, y orara. Más tarde, en la iglesia, escuchó un mensaje que enfatizaba la salvación por gracia mediante la fe. Desde entonces su vida cambió por completo. Después de sus estudios Ryle ingresó como ministro en la iglesia Anglicana. Ryle, a pesar de ser anglicano, formó parte del movimiento evangélico y criticó el ritualismo de algunos sectores cristianos. Defendía sus principios con vigor, aunque de forma cálida. Fue bastante popular con la clase obrera, la cual, se dice, evangelizó con éxito. Ryle también creyó en el regreso de los judíos a su tierra, tal como estaba profetizado en la Biblia, formando parte del movimiento que condujo a la Declaración de Balfour y la consiguiente independencia del Estado de Israel. Algunos de sus trabajos son: Christian Leaders of the Eighteenth Century (1869), Expository Thoughts on the Gospels (1856–69), Principles for Churchmen (1884). Otro trabajo menos conocido, pero de suma importancia, es el ensayo The Duties of Parents (El deber de los padres), el cual exponemos a continuación. |
Cómo educar, guiar e instruir a tus hijos por el buen camino
Índice y resumen del contenido
- El buen camino. Guía a tus hijos por el camino recto, no por el camino que deseen ir.
- La paciencia. Enséñales con ternura, afecto y paciencia; sin olvidar que ser demasiado tolerante puede ser malo para ellos. Asegúrate de que entiendan o que vean que les amas. Recuerda, el miedo puede llevar a muchas penas e hipocresías.
- Los hábitos tempranos. Se consciente de que gran parte del carácter del niño se forma en sus primeros años. ¡Sé consciente de que mucho depende de tí!
- El alma. Sé consciente de que su alma es lo más importante. Pregúntate a todo lo que hagas: ¿Cómo afectará esto al alma del niño?
- La Biblia. Enséñales la Biblia reverentemente, regularmente y completamente. Enséñales todo lo que haya que saber sobre Jesús, El Espíritu Santo y el pecado.
- La oración. Acostumbrarlos a orar siempre. La oración es uno de los recursos más poderosos que tenemos. Entrenarlos a orar incluso antes de que empiecen a leer; aunque no entiendan del todo el porqué. Algún día lo entenderán.
- La iglesia. Acostumbrarlos a ir a la iglesia y a portarse bien en ella. Enséñales la importancia que tiene escuchar la palabra de dios, juntos, como un solo pueblo.
- El hábito de la fe. Enséñales a creer en ti. Que confíen en tus juicios y lo que dices. Que tus opiniones sean mejores que las suyas. La incredulidad es el pecado reinante del corazón del hombre. Haz todo lo que puedas para pararlo.
- El hábito de la obediencia. Enséñales a obedecer sin cuestionar nada. Si no obedecen a los padres, ¿cómo obedecerán a Dios? Enséñales que servir es mejor que reinar.
- El hábito de la verdad. Enséñales a hablar siempre la verdad, y nada más que la verdad. La mentira trajo la muerte a este mundo, y se perpetúa a través del engaño. ¡Que no entre en la mente de tus hijos!
- El hábito de redimir el tiempo. Que aprendan a estar ocupados, a no estar ociosos. La inactividad y la holgazanería han llevado a muchos al pecado (especialmente con la tecnología que tienen a su alcance). Asegúrate de que eviten este vicio.
- El castigo. Educa a tus hijos sin ser demasiado tolerante. No evites el castigo cuando sea necesario. En ocasiones, el castigo corporal es también necesario si uno quiere librar “su alma del Seol.”
- La corrección. Corrige y castiga a tus hijos cómo Dios castiga a los suyos: no siempre sabemos el porqué, pero comprendemos que su voluntad es siempre lo mejor para nosotros.
- El buen ejemplo. Edúcalos recordando siempre dar buen ejemplo. De nada sirve orar con ellos y leerles la Biblia cada día si luego no nos comportamos acorde con lo que enseñamos.
- El pecado. Debemos educarlos recordando siempre el poder del pecado. Las mentes de los niños no son hojas en blanco, ni son todas sus miradas limpias como la nieve. Debemos guiarlos y corregirlos continuamente; de lo contrario, todos nuestros esfuerzos caerán en saco roto.
- Las promesas de Dios. No nos desanimemos pensando que su educación es demasiado compleja o difícil. Recuerda que los dichos de Dios tienen promesa. Aquel que guía a su hijo por el buen camino, ¡cuando sea viejo no se apartará de él! (Pr. 22:6)
- Ora sin cesar. Debemos orar continuamente por la salvación de nuestros hijos. Los niños son la herencia del Señor. Educarlos y guiarlos por el buen camino no es solo nuestro deseo, es nuestra obligación. Que la obra de Cristo esté siempre en nuestras mentes y labios, y que su Espíritu nos renueve, santifique y guíe en la obra que tenemos por delante.
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«Instruye al niño en su camino,
Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.»
Supongo que la mayoría de aquellos que se declaran cristianos están familiarizados con el texto que encabeza esta página. Puede que les suene familiar, como una melodía antigua. Es probable que lo hayan escuchado, leído, comentado o citado muchas veces. ¿No es así?
Pero, después de todo, ¡qué poco se tiene en cuenta la sustancia de este texto! La doctrina que contiene parece apenas conocida, el deber que nos presenta es rara vez practicado. ¿No digo la verdad lector?
No se puede decir que el tema sea nuevo. El mundo es viejo y tenemos la experiencia de casi seis mil años de nuestra mano. En los días en los que vivimos hay un gran celo por la educación en todos los sectores. Oímos que se crean nuevas escuelas por todos lados. Se nos habla de nuevos sistemas y nuevos libros para los jóvenes, de todos los tipos y colores. Y aún así, a pesar de todo esto, la gran mayoría de los niños manifiestamente no están entrenados en el camino que deben seguir, porque cuando crecen a un estado maduro no caminan con Dios.
Ahora bien, ¿cómo explicaremos el estado de estas cosas? La pura verdad es que el mandamiento del Señor en nuestro texto [Prov. 22:6] no se tiene en cuenta y, por lo tanto, la promesa del Señor en nuestro texto no se cumple.
Lector, estas cosas bien pueden dar lugar a grandes escudriñamientos del corazón. Permíteme, pues, una palabra de exhortación de un ministro sobre la correcta educación de los niños. Créanme, el tema es uno que debería llegar a todas las conciencias, y hacer que todos se hagan la pregunta: “¿Estoy haciendo lo que puedo en este asunto?”
Es un tema que preocupa a casi todos. Apenas hay un hogar al que no le concierna. Padres, maestros, tíos, tías, hermanos, hermanas, todos tienen interés en ello. Creo que hay pocas personas que no influyan en algún padre en el manejo de su familia, o afecte la educación de algún niño por sugerencia o consejo. Todos nosotros, sospecho, podemos hacer algo aquí, ya sea directa o indirectamente, y deseo animar a todos a recordar esto.
También es un tema en el que todos los interesados corren el gran peligro de no cumplir con su deber. Este es preeminentemente un punto en el que las personas pueden ver las faltas de sus vecinos más claramente que las propias. A menudo criarán a sus hijos en el mismo camino que el de sus amigos, que han denunciado como inseguros. Verán motas en las familias de otros hombres y pasarán por alto vigas en su propia familia. Tendrán la vista rápida como las águilas para detectar errores en el exterior y, sin embargo, estarán ciegos como los murciélagos ante los errores fatales que se cometen a diario en casa. Serán sabios acerca de la casa de su hermano, pero necios acerca de su propia carne y sangre. Aquí, si en alguna parte, tenemos necesidad de sospechar de nuestro propio juicio. También harás bien en tener presente esto.
Como ministro, no puedo dejar de recordar que difícilmente hay un tema en el que la gente parezca tan tenaz como en el caso de los hijos. A veces me ha asombrado por completo la lentitud de los padres cristianos sensatos para admitir que sus propios hijos tienen la culpa o que deben asumir la culpa. No son pocas las personas que preferiría hablar de sus propios pecados antes que decirle a sus hijos que han hecho algo malo.
Ven ahora, y déjame darte algunos consejos sobre la correcta educación. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, bendícelas y haz que sean palabras vivas para todos. No las rechaces porque son contundentes y simples; no las desprecies porque no contienen nada nuevo. De bien seguro, si quieres educar a los niños para el cielo, estas sugerencias no deben dejarse de lado a la ligera.
1. [El buen camino] Primero, si quieres educar a tus hijos correctamente, instrúyelos en la forma en que deben caminar, no en la que desean ir.
Recuerde: los niños nacen con un claro sesgo hacia el mal y, por lo tanto, si les permites elegir por sí mismos, es seguro que elegirán mal.
La madre no puede decidir en qué va a convertirse su tierno bebé: alto o bajo, débil o fuerte, sabio o tonto; puede ser cualquiera de estas cosas o no; todo es incierto. Pero hay una cosa que la madre puede decir con certeza: ¡tendrá un corazón corrupto y pecador! Es natural para nosotros hacer el mal. “La necedad”, dice Salomón, “está ligada en el corazón del niño” (Proverbios 22:15). “El muchacho consentido avergonzará a su madre” (Proverbios 29:15). Nuestros corazones son como la tierra que pisamos; déjala en paz, y es seguro que dará malas hierbas.
Si, pues, quieres tratar sabiamente a tu hijo, no debes dejarlo a la merced de su propia voluntad. Piensa por él, juzga por él, actúa por él, como lo harías por uno débil y ciego; pero por piedad, no lo entregues a sus propios gustos e inclinaciones descarriadas. No deben ser sus gustos y deseos los que se consulten. Todavía no sabe lo que es bueno para su mente y su alma, como tampoco sabe lo que es bueno para su cuerpo. No le dejes decidir qué comerá, qué beberá y cómo se vestirá. Sé consistente y trata su mente de la misma manera. Instrúyelo de la manera que es bíblica y correcta, y no de la manera que él desea.
Si no puedes decidirte por este primer principio de la formación cristiana, es inútil que sigas leyendo. La voluntad propia es casi lo primero que aparece en la mente de un niño, y debe ser su primer paso para resistirlo.
2. [La paciencia] Educa a tu hijo con toda ternura, cariño y paciencia.
No quiero decir que lo mimes, pero quiero decir que debes hacerle ver que lo amas.
¡El amor debe ser el hilo de plata de toda tu conducta! La bondad, la gentileza, la longanimidad, la tolerancia, la paciencia, la simpatía, la disposición de preocuparse por los problemas infantiles, la disposición a participar en las alegrías infantiles: estas son las cuerdas por las que un niño puede ser guiado más fácilmente: estas son las claves que debes seguir si quieres encontrar el camino a su corazón.
Incluso entre los adultos hay pocas personas que no sean más fáciles de atraer que de conducir. En todas nuestras mentes está esa cosa que se levanta en armas contra la compulsión; levantamos la espalda y endurecemos el cuello ante la sola idea de una obediencia forzada. Somos como caballos jóvenes en manos de un domador: trátalos con amabilidad, hazles mucho caso, y poco a poco podrás guiarlos con un hilo; úsalos con rudeza y violencia, y pasarán muchos meses antes de que los domines por completo.
Las mentes de los niños se moldean en el mismo molde que las nuestras. La frialdad y la severidad de los modales los enfrían y los arrojan hacia atrás. Les cierra el corazón; te cansarás de encontrar la puerta. Déjales que vean que tienes un sentimiento afectuoso hacia ellos, que estás realmente deseoso de hacerlos felices y hacerles bien, que si los castigas, es para su beneficio, y que, como el pelícano, darías la sangre de tu corazón para nutrir sus almas; déjalos ver esto, digo, y pronto serán tuyos. Pero deben ser cortejadas con amabilidad, si alguna vez se quiere ganar su atención.
Seguramente la razón misma podría enseñarnos esta lección. Los niños son criaturas débiles y tiernas y, como tales, necesitan un trato paciente y considerado. Debemos manejarlos con delicadeza, como frágiles máquinas, no sea que al tocarlos bruscamente hagamos más daño que bien. Son como plantas jóvenes y necesitan un riego suave, a menudo, pero poco a la vez.
No debemos esperar todas las cosas a la vez. Debemos recordar lo que son los niños y enseñarles de manera que puedan soportar. Sus mentes son como un trozo de metal, no para forjarse y utilizarse de inmediato, sino que se requiere una sucesión de pequeños golpes. Su entendimiento es como una vasija de cuello angosto: debemos verter el vino del conocimiento gradualmente, o gran parte se derramará y se perderá. “Línea sobre línea, y precepto sobre precepto, un poco aquí y un poco allá”, debe ser nuestra regla. La piedra de afilar hace su trabajo lentamente, pero el frotamiento frecuente hará que la guadaña tenga un filo fino. Verdaderamente se necesita paciencia para educar a un niño, pero sin ella nada se puede hacer.
¡Nada compensará la ausencia de esta ternura y amor! Un ministro puede decir la verdad tal como es en Jesús, claramente, con fuerza o sin respuesta; pero si no lo dice con amor, pocas almas serán ganadas. Así también debes exponer a tus hijos su deber (manda, amenaza, castiga, razona) pero si falta el afecto en vuestro trato, vuestro trabajo será todo en vano.
¡El amor es un gran secreto de la educación exitosa! La ira y la aspereza pueden asustar, pero no persuadirán al niño de que tienes razón; y si te ve a menudo malhumorado, pronto dejarás de tener su respeto. Un padre que le habla a su hijo como lo hizo Saúl a Jonatán (1 Sam. 20:30), no debe esperar conservar su influencia sobre la mente de ese hijo.
Esfuérzate por mantener el control de los afectos de tu hijo. Es peligroso hacer que tus hijos te teman. Cualquier cosa es casi mejor que la reserva y la constricción entre tu hijo y tú; y esto aparecerá con el miedo. El miedo pone fin a la franqueza de los modales, el miedo conduce a la ocultación, el miedo siembra la semilla de mucha hipocresía y conduce a muchas mentiras. Hay una mina de verdad en las palabras del Apóstol a los colosenses: “Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten” (Col. 3:21). No pase por alto los consejos que contiene.
3.[Los hábitos tempranos] Educa a tus hijos con una persuasión permanente en tu mente de que mucho depende de ti.
La gracia es uno de los principios más importantes. Mira que tal revolución efectúa la gracia cuando entra en el corazón de un viejo pecador: cómo derriba las fortalezas de Satanás, cómo derriba montañas, llena valles, endereza lo torcido y crea de nuevo al hombre completo. Verdaderamente nada es imposible para la gracia.
La naturaleza también es muy fuerte. Mira cómo lucha contra las cosas del reino de Dios, cómo lucha contra todo intento de ser más santo, cómo mantiene una guerra incesante dentro de nosotros hasta la última hora de la vida. La naturaleza en verdad es fuerte.
Pero después de la naturaleza y la gracia, sin duda, no hay nada más poderoso que la educación. Los primeros hábitos (si se me permite hablar así) lo son todo para nosotros, bajo Dios. Estamos hechos de lo que somos por la formación temprana. Nuestro carácter toma la forma de ese molde en el que se vierten nuestros primeros años.
“Ha visto muy poco de la vida quien no discierne en todas partes el efecto de la educación en las opiniones y en los hábitos de pensamiento de los hombres. ¡Los niños sacan de la guardería lo que se manifiestaa lo largo de sus vidas!” —Cecil.
Dependemos, en gran medida, de quienes nos crían. Obtenemos de ellos un color, un sabor, un sesgo que nos queda más o menos toda la vida. Captamos el idioma de nuestras niñeras y madres, y lo aprendemos casi insensiblemente, e incuestionablemente captamos algo de sus modales, maneras y mente al mismo tiempo. Solo el tiempo mostrará, sospecho, cuánto debemos todos a las primeras impresiones, y cuántas cosas en nosotros pueden rastrearse hasta las semillas sembradas por aquellos que nos rodearon en los días de nuestra infancia. Un inglés muy erudito, el señor Locke, llegó a decir:
“Todos los hombres con los que nos encontramos, nueve de cada diez son lo que son, buenos o malos, útiles o no, según su educación.”
Y todo esto es uno de los planes misericordiosos de Dios. Da a vuestros hijos una mente que recibirá impresiones como arcilla húmeda. Les da una disposición en el punto de partida de la vida para creer lo que les dices, y para dar por sentado lo que les aconsejas, y para confiar en tu palabra antes que en la de un extraño. Él os da, en definitiva, una oportunidad de oro para hacerles bien. Asegúrese de que la oportunidad no se descuide y se desperdicie. Una vez que se suelta, se ha ido para siempre.
Cuidado con ese miserable engaño en el que algunos han caído, que los padres no pueden hacer nada por sus hijos, que deben dejarlos solos, esperar la gracia y quedarse quietos. Estas personas tienen deseos para sus hijos a la manera de Balaam: les gustaría que murieran como el justo, pero no hacen nada para que vivan su vida. Quieren mucho y no tienen nada. Y el diablo se regocija de ver tales razonamientos, como siempre se regocija con todo lo que parece excusar la pereza o alentar el descuido de los medios.
Sé que no puedes convertir a tu hijo. Bien sé que los que nacen de nuevo, no nacen de la voluntad del hombre, sino de Dios. Pero también sé que Dios dice expresamente: “Instruye al niño en su camino”, y que Él nunca impuso un mandato al hombre sin proveer la gracia para cumplirlo. Y sé también que nuestro deber no es quedarnos quietos y discutir, sino seguir adelante y obedecer. Es sólo en el avance que Dios se encontrará con nosotros. El camino de la obediencia es la forma en que Él da la bendición. Solo tenemos que hacer lo que se les ordenó a los sirvientes en la fiesta de las bodas en Caná: llenar las tinajas con agua, y dejar con seguridad que el Señor convierta esa agua en vino.
4. [El alma] Entrena tu mente continuamente con este pensamiento: el alma de tu hijo es lo primero a considerar.
Preciosos, sin duda, son estos pequeños a tus ojos; pero si los amas, piensa a menudo en sus almas. Ningún interés debe pesarte tanto como sus intereses eternos. Ninguna parte debería ser tan querida para ti como esa parte que nunca morirá. El mundo, con toda su gloria, pasará; las colinas se derretirán; los cielos serán envueltos como un rollo; el sol dejará de brillar. Pero el espíritu que mora en esas pequeñas criaturas, a quienes amas tanto, sobrevivirá a todo ello y, ya sea en la felicidad o en la miseria (para hablar como un hombre), dependerá de ti.
Este es el pensamiento que debe estar en primer lugar en tu mente en todo lo que hagas por tus hijos. En cada paso que des con respecto a ellos, en cada plan, esquema y disposición que les concierne, no dejes de lado esa poderosa pregunta: “¿Cómo afectará esto a sus almas?”
El amor por las almas de vuestros hijos es la quintaesencia de todo amor. Acariciar, mimar y complacer a tu hijo, como si este mundo fuera todo lo que él tuviera que mirar, y esta vida la única estación para la felicidad, hacer esto no es amor verdadero, sino crueldad. Es tratarlo como una bestia de la tierra, que tiene un solo mundo al cual mirar, que nada hay después de la muerte. Le estás ocultando esa gran verdad, que se le debe hacer aprender desde su misma infancia: que el fin principal de su vida es la salvación de su alma.
Un verdadero cristiano no debe ser esclavo de la moda, si quiere educar a tu hijo para el cielo. No debe contentarse con hacer cosas simplemente porque son la costumbre del mundo; enseñarles e instruirles de cierta manera, simplemente porque es habitual; permitirles leer libros de un tipo cuestionable, simplemente porque todos los demás los leen; dejarlos formar hábitos de una tendencia dudosa, simplemente porque son los hábitos del día. Debe educar con la vista puesta en las almas de sus hijos. No debe avergonzarse al escuchar que su formación es percibida como algo singular y extraño. ¿Qué pasa si lo es? El tiempo es corto, la moda de este mundo pasa. El que ha educado a sus hijos para el cielo, en lugar de la tierra (para Dios, en lugar de para el hombre), ese es el padre que será llamado sabio al final.
5. [La Biblia] Forma a tu hijo en el conocimiento de la Biblia.
No puedes hacer que tus hijos amen la Biblia, lo admito. Nadie sino el Espíritu Santo puede darnos un corazón para deleitarnos en la Palabra. Pero usted puede hacer que sus hijos se familiaricen con la Biblia; de bien seguro nunca está demás ni es demasiado pronto para familiarizarse con el bendito Libro.
Un conocimiento completo de la Biblia es la base de todas las opiniones claras sobre la religión. Aquel que está bien fundado en ella, generalmente no vacilará, y no será arrastrado por todo viento de nueva doctrina. Cualquier sistema de aprendizaje que no ponga en primer lugar el conocimiento de las Escrituras es inseguro y poco sólido.
Presta atención en este punto en particular, porque el diablo está afuera y el error abunda. Entre nosotros se encuentran algunos que dan a la Iglesia el honor debido a Jesucristo. Se encuentran algunos que hacen de los sacramentos salvadores y pasaportes a la vida eterna. Y de la misma manera se encuentran algunos que honran el catecismo más que la Biblia, o llenan la mente de sus hijos con miserables libritos de cuentos, en lugar de la Escritura de la verdad. Pero si amáis a vuestros hijos, que la sencilla Biblia sea todo en la formación de sus almas; y que todos los demás libros bajen y ocupen el segundo lugar.
No os preocupéis demasiado en que sean poderosos en el catecismo, sino de que sean poderosos en las Escrituras. Esta es la práctica, créanme, que Dios honrará. El salmista dice de Él: “Has engrandecido tu nombre, y tu palabra sobre todas las cosas” (Sal. 138:2); y pienso que Él da una bendición especial a todos los que tratan de magnificarla entre los hombres.
Procura que sus hijos lean la Biblia con reverencia. Instrúyalos para que la miren, no como palabra de hombres, sino como es en verdad, la Palabra de Dios, escrita por el mismo Espíritu Santo, toda verdadera, toda útil y capaz de hacernos sabios para la salvación por medio de la fe que es en Cristo Jesús.
Asegúrate de que lo lean con regularidad. Enséñales a considerarlo como el alimento diario de su alma, como algo esencial para la salud diaria de su alma. Sé bien que no puedes hacer de esto nada más que una forma; pero es incalculable la cantidad de pecado que una mera forma puede restringir indirectamente.
Asegúrate que lo lean todo. No tienes porque retraer ninguna doctrina ante ellos. No debes imaginar que las principales doctrinas del cristianismo son cosas que los niños no pueden entender. Los niños entienden mucho más de la Biblia de lo que podemos suponer.
Háblales del pecado: su culpa, sus consecuencias, su poder, su vileza. Descubrirá que pueden comprender algo de esto.
Háblales del Señor Jesucristo y de Su obra para nuestra salvación: la expiación, la cruz, la sangre, el sacrificio, la intercesión. Descubrirás que esto no va más allá de su entendimiento.
Háblales de la obra del Espíritu Santo en el corazón del hombre, cómo Él cambia, renueva, santifica y purifica; pronto verás que pueden en cierta manera caminar contigo. En resumen, sospecho que no tenemos idea de cuánto puede absorber un niño pequeño a lo largo y ancho del glorioso evangelio. Ven mucho más de estas cosas de lo que suponemos.
En cuanto a la edad en que debe comenzar la instrucción religiosa de un niño, no puede establecerse una regla general. La mente parece abrirse en algunos niños mucho más rápido que en otros. Rara vez empezamos demasiado pronto. Hay maravillosos ejemplos registrados de lo que un niño puede lograr, incluso a los tres años.
Llena sus mentes con las Escrituras. Que la Palabra more ricamente en ellos. Dales la Biblia, toda la Biblia, incluso cuando son jóvenes.
6. [La oración] Enseña a tus hijos el hábito de la oración
La oración es el aliento vital de la verdadera religión. Es una de las primeras evidencias de que un hombre nace de nuevo. “He aquí”, dijo el Señor a Saulo, el día que le envió a Ananías. “He aquí, él ora” (Hechos 9:11). Había comenzado a orar, y eso era prueba suficiente.
La oración fue la marca distintiva del pueblo del Señor en el día en que comenzó a haber una separación entre ellos y el mundo. “Entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre del Señor” (Gén. 4:26).
La oración es el rasgo distintivo de todos los verdaderos cristianos. Oran, porque le cuentan a Dios sus necesidades, sus sentimientos, sus deseos, sus temores; y dicen lo que piensan. El cristiano nominal puede repetir oraciones, y también buenas oraciones, pero no va más allá.
La oración es el punto de inflexión en el alma de un hombre. Nuestro ministerio es inútil, y nuestro trabajo es vano, hasta que te pongas de rodillas. Hasta entonces, no tenemos ninguna esperanza sobre ti.
La oración es un gran secreto de la prosperidad espiritual. Cuando hay mucha comunión privada con Dios, tu alma crecerá como la hierba después de la lluvia. Cuando hay poca oración, todo se paraliza, apenas mantienes viva tu alma. Muéstrame un cristiano en crecimiento, un cristiano que avanza, un cristiano fuerte, un cristiano floreciente, y estoy seguro de que es uno que habla a menudo con su Señor. Pide mucho y tiene mucho. Le cuenta todo a Jesús, y por eso siempre sabe cómo actuar.
La oración es el recurso más poderoso que Dios ha puesto en nuestras manos. Es la mejor arma para usar en cada dificultad, y el remedio más seguro en cada problema. Es la llave que abre el tesoro de las promesas y la mano que atrae la gracia y la ayuda en tiempos de necesidad. Es la trompeta de plata que Dios nos manda tocar en toda nuestra necesidad, y es el clamor que Él ha prometido atender siempre, como una madre amorosa a la voz de su hijo.
La oración es el medio más simple que el hombre puede usar para acercarse a Dios. Está al alcance de todos: los enfermos, los ancianos, los inválidos, los paralíticos, los ciegos, los pobres, los ignorantes, todos pueden orar. De nada os sirve alegar falta de memoria, y falta de saber, y falta de libros, y falta de erudición en este asunto. Mientras tengas una lengua para describir el estado de tu alma, puedes y debes orar. Esas palabras, “no tenéis lo que deseáis, porque no pedís.” (Santiago 4:2), serán una terrible condenación para muchos en el día del juicio.
Padres, si amáis a vuestros hijos, haced cuanto esté en vuestro poder para educarlos en el hábito de la oración. Muéstrenles cómo empezar. Dígales que deben decir. Anímelos a perseverar. Recuérdeles si se descuidan o flojean al respecto. Que no sea vuestra culpa, en todo caso, si nunca invocan el nombre del Señor.
Este, recordad, es el primer paso que un niño puede dar en la religión. Mucho antes de que sepa leer, puedes enseñarle a arrodillarse al lado de su madre y repetir las sencillas palabras de oración y alabanza que ella pone en su boca. Y como los primeros pasos en cualquier empresa son siempre los más importantes, también lo es la manera en que se realizan las oraciones de vuestros hijos. Este punto merece vuestra mayor atención. Pocos parecen saber cuánto depende de esto. Debes tener cuidado de que no se les ocurra decirlas de manera apresurada, descuidada e irreverente. Debes cuidar de no ceder la supervisión de este asunto a las sirvientas y nodrizas, o de confiar demasiado en que tus hijos lo hagan cuando se los deje solos. No puedo alabar a esa madre que nunca se ocupa ella misma de esta parte tan importante de la vida diaria de su hijo. Seguramente si hay algún hábito que tu propia mano y ojo deberían ayudar a formar, es el hábito de la oración. Créeme, si nunca escuchas a tus hijos orar por ti mismo, tienes mucha culpa. Eres poco más sabio que el pájaro descrito en Job, “el cual desampara en la tierra sus huevos,y sobre el polvo los calienta, y olvida que el pie los puede pisar,y que puede quebrarlos la bestia del campo. Se endurece para con sus hijos, como si no fuesen suyos, no temiendo que su trabajo haya sido en vano.” (Job 39:14-16).
La oración es, de todos los hábitos, el que más tiempo recordamos. Muchos ancianos podrían contaros cómo su madre les hacía orar en los días de su infancia. Quizás otras cosas han pasado de su mente. La iglesia a donde fue llevado a adorar, el ministro a quien escuchó predicar, los compañeros que solían jugar con él, todo esto, puede ser, pasó de su memoria y no dejó huella. Pero a menudo encontrará que es muy diferente con sus primeras oraciones. A menudo podrá decirte dónde se arrodilló, qué le enseñaron a decir e incluso qué aspecto tenía su madre todo ese tiempo. Aparecerá tan fresco delante de su mente como si fuera ayer.
Lector, si amas a tus hijos, te exhorto a que no dejes que la semilla de un hábito de oración desaparezca sin mejorar. Si instruyes a tus hijos en algo, instrúyelos, al menos, en el hábito de la oración.
7. [La iglesia] Instrúyelos en hábitos de diligencia y regularidad sobre los medios públicos de gracia.
Háblales del deber y el privilegio de ir a la casa de Dios y unirse a las oraciones de la congregación. Diles que dondequiera que se reúna el pueblo del Señor, allí el Señor Jesús está presente de manera especial, y que los que se ausentan deben esperar, como el apóstol Tomás, perder una bendición. Háblales de la importancia de escuchar la predicación de la Palabra, y que es la ordenanza de Dios para convertir, santificar y edificar las almas de los hombres. Explícales como el apóstol Pablo nos exhorta a no “dejar de congregarnos, como algunos tienen por costumbre” (Heb. 10:25); sino que debemos exhortarnos unos a otros, estimularnos unos a otros, y tanto más cuando vemos que se acerca el día.
Yo lo llamo un espectáculo triste cuando en una iglesia nadie se acerca a la mesa del Señor excepto los ancianos, y los jóvenes y las jovencitas se dan la vuelta. Pero lo llamo un espectáculo aún más triste cuando no se ven niños en una iglesia, excepto aquellos que vienen a la escuela dominical y están obligados a asistir. Que ninguno de estos errores esté a vuestras puertas. Hay muchos niños y niñas en cada parroquia, además de los que vienen a la escuela, y ustedes que son sus padres y amigos deben cuidar que vengan con ustedes a la iglesia.
No permitas que crezcan con el hábito de inventar excusas vanas para no venir. Hazles entender claramente que, mientras estén bajo tu techo, la regla de tu casa es que todos los que gozan de salud honren la casa del Señor en el día del Señor, y que consideras a aquel que quebranta el Shabat como un asesino de su propia alma.
Ocúpate también, si se puede arreglar, de que tus hijos te acompañen a la iglesia y se sienten cerca de ti cuando estén allí. Ir a la iglesia es una cosa, pero comportarse bien en la iglesia es otra muy distinta. Y créeme, no hay mejor seguridad para el buen comportamiento como la de tenerlos bajo tu propia vigilancia.
Las mentes de los jóvenes se desvían fácilmente y su atención se pierde, y se deben utilizar todos los medios posibles para contrarrestar esto. No me gusta verlos venir a la iglesia solos; a menudo se encuentran con malas compañías en el camino, y así aprenden más maldad en el día del Señor que en todo el resto de la semana. Tampoco me gusta ver lo que yo llamo “un rincón de jóvenes” en una iglesia. A menudo adquieren hábitos de falta de atención e irreverencia allí, que lleva años desaprender, si es que alguna vez lo hacen. Lo que me gusta ver es a toda una familia sentada junta, viejos y jóvenes, uno al lado del otro: hombres, mujeres y niños, sirviendo a Dios según sus hogares.
Pero hay quien dice que es inútil instar a los niños a acudir a los medios de gracia, porque no los pueden entender. No quiero que escuches tal razonamiento. No encuentro tal doctrina en el Antiguo Testamento. Cuando Moisés va ante Faraón (Ex. 10:9), observo que dice: “Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con nuestras vacas hemos de ir; porque es nuestra fiesta solemne para Jehová”. Cuando Josué leyó la ley, observo que dice: “No hubo palabra que Josué no leyera delante de toda la congregación de Israel, con las mujeres y los niños, y los extranjeros que conversaban entre ellos”. “Tres veces en el año —dice Éxodo 34:23— se presentará todo varón tuyo delante de Jehová el Señor, Dios de Israel.” Y cuando me dirijo al Nuevo Testamento, encuentro que se menciona a niños participando en actos públicos religiosos, así como en el Antiguo. Cuando Pablo estaba dejando a los discípulos en Tiro por última vez, veo que dice (Hechos 21:5): “Cumplidos aquellos días, salimos, acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la playa, oramos.”
Samuel, en los días de su niñez, parece haber ministrado al Señor algún tiempo antes de conocerlo realmente. “Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada”(1 Sam. 3:7). Los Apóstoles mismos no parecen haber entendido todo lo que nuestro Señor dijo en el momento en que hablo: “Estas cosas no las entendieron sus discípulos al principio; pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él, y de que se las habían hecho.” (Juan 12:16).
Padres, conforten sus mentes con estos ejemplos. No os desaniméis porque vuestros hijos no ven ahora el pleno valor de los medios de gracia. Solo edúcalos para que adquieran el hábito de la asistencia regular. Ponlo ante sus mentes como un deber elevado, santo y solemne, y créeme, muy probablemente llegará el día en que te bendecirá por tu obra.
8. [El hábito de la fe] Instrúyelos en el hábito de la fe.
Quiero decir con esto, debes enseñarles para que crean lo que dices. Debes tratar de hacerles sentir confianza en tu juicio y respetar tus opiniones como mejores que las tuyas. Debes acostumbrarlos a pensar que, cuando dices que una cosa es mala para ellos, debe ser mala, y cuando dices que es buena para ellos, debe ser buena; que tu conocimiento, en fin, es mejor que el de ellos, y que pueden confiar implícitamente en tu palabra. Enséñales a sentir que lo que no saben ahora, probablemente lo sabrán en el futuro, y para estar satisfechos hay una razón y una necesidad para todo lo que les pides que hagan.
¿Quién en verdad puede describir la bienaventuranza de un verdadero espíritu de fe? O más bien, ¿quién puede contar la miseria que la incredulidad ha traído al mundo? La incredulidad hizo que Eva comiera del fruto prohibido; ella dudó de la verdad de la palabra de Dios: “Ciertamente morirás”. La incredulidad hizo que el mundo antiguo rechazara la advertencia de Noé y que pereciera en el pecado. La incredulidad mantuvo a Israel en el desierto: fue la barrera que les impidió entrar en la tierra prometida. La incredulidad hizo que los judíos crucificaran al Señor de gloria; no creyeron la voz de Moisés y de los profetas, aunque les leían todos los días. Y la incredulidad es el pecado que reina en el corazón del hombre hasta este mismo momento: la incredulidad en las promesas de Dios, la incredulidad en las advertencias de Dios, la incredulidad en nuestra propia pecaminosidad, la incredulidad en nuestro propio peligro, la incredulidad en todo lo que va en contra del orgullo y la mundanalidad de nuestros corazones malvados. Lector, de poco sirve educar a sus hijos si no los educa en el hábito de la fe implícita: fe en la palabra de sus padres, confianza en que lo que sus padres dicen debe ser correcto.
He oído decir a algunos que no debes exigir nada a los niños que no entienden, que debes explicar y dar una razón de todo lo que deseas que hagan. Les advierto solemnemente contra tal noción. Te lo digo claramente, creo que es un principio erróneo y podrido. Sin duda es absurdo hacer un misterio de todo lo que haces, y hay muchas cosas que es bueno explicar a los niños, para que vean que son razonables y sabias. Pero criarlos con la idea de que no deben confiar en nada, que ellos, con su comprensión débil e imperfecta, deben tener claro el “porqué” y el “para qué” en cada paso que dan, esto es ciertamente un terrible error, y probablemente tendrá el peor efecto en sus mentes.
Razona con tu hijo si así lo deseas, en ciertos momentos, pero nunca olvides tenerlo en cuenta (si realmente lo amas) que, después de todo, no es más que un niño, que piensa como un niño, que comprende como un niño, y por lo tanto no debes esperar que sepa la razón de todo a la vez.
Póngale delante el ejemplo de Isaac, en el día en que Abraham lo tomó para ofrecerlo en el monte Moriah (Gn. 22). Le hizo a su padre esa única pregunta: “¿Dónde está el cordero para el holocausto?” Y no obtuvo más respuesta que ésta: “Dios se proveerá de un cordero”. Cómo, o dónde, o de qué manera, o por qué medios lo haría, esto no lo sabía Isaac; pero la respuesta fue suficiente. Creyó que estaría bien, porque así lo decía su padre, y estaba satisfecho.
Dígales también a sus hijos que todos debemos ser aprendices en nuestros comienzos, que hay un alfabeto que dominar en todo tipo de conocimiento, que el mejor caballo del mundo tuvo que ser domado una vez, que llegará un día en que ellos verán la sabiduría de toda tu formación. Pero mientras tanto, si dices que algo está bien, debe ser suficiente para ellos: deben creerte y estar satisfechos.
Padres, si hay algún aspecto importante en la formación, es este. Os exhorto, por el cariño que tenéis a vuestros hijos, a utilizar todos los medios para educarlos en el hábito de la fe.
9. [El hábito de la obediencia] Instrúyelos en el hábito de la obediencia.
Este es un objeto por el cual vale la pena el esfuerzo. Ningún hábito, sospecho, tiene tanta influencia sobre nuestras vidas como este. ¡Padres, estad decididos en hacer que vuestros hijos os obedezcan, aunque os cueste mucho trabajo, y les cueste muchas lágrimas! Que no haya preguntas, ni razonamientos, ni disputas, ni dilaciones, ni respuestas. Cuando les des una orden, hazles ver claramente que quieres verlo realizado.
La obediencia es la única realidad. Es la fe visible, la fe actuando y la fe encarnada. Es la prueba del verdadero discipulado entre el pueblo del Señor. “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14). Debe ser la marca de los niños bien educados, que hagan con alegría todo lo que sus padres les ordenen. ¿Dónde, en verdad, está el honor que ordena el quinto mandamiento, si los padres y las madres no son obedecidos con alegría, de buena gana y al mismo tiempo?
La obediencia temprana tiene toda la Escritura de su lado. Se elogia a Abraham, no sólo de que procurara por su familia, sino que “mandará a sus hijos y a su casa después de sí.” (Gén. 18:19). Se dice del mismo Señor Jesucristo, que cuando era joven estaba sujeto a María y a José (Lucas 2:51). Observa cuán implícitamente José obedeció la orden de su padre Jacob (Gén. 37:13). Mira como Isaías habla de ello como algo malo, “cuando el joven se levantará contra el anciano.” (Isaías 3:5) Nota cómo el apóstol Pablo menciona la desobediencia a los padres como una de las malas señales de los últimos días (2 Timoteo 3:2). Fíjate cómo destaca la gracia de la obediencia como algo que debe adornar a un ministro cristiano: “que [el obispo] gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad.” Y otra vez, “Que los diáconos gobiernen bien a sus hijos y sus propias casas” (1 Tim. 3:4, 12). Y de nuevo, un anciano debe ser alguien que “tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía.” (Tito 1:6).
Padres, ¿deseáis ver felices a vuestros hijos? Tengan cuidado, entonces, de enseñarles para que obedezcan cuando se les hable, para que hagan lo que se les dice. Créanme, no estamos hechos para la independencia total, no somos aptos para ella. Incluso los hombres libres de Cristo tienen que llevar un yugo, ellos sirven a Cristo el Señor (Col. 3:24). Los niños no pueden aprender demasiado pronto que este es un mundo en el que no todos estamos destinados a gobernar, y que nunca estamos en el lugar correcto hasta que sepamos cómo obedecer a nuestros superiores. Enséñales a obedecer cuando son jóvenes, o de lo contrario estarán irritados contra Dios durante toda su vida, y se desgastarán con la vana idea de ser independientes de Su control.
Lector, esta pista es muy necesaria. Hoy en día verá a muchos que permiten que sus hijos elijan y piensen por sí mismos mucho antes de estar capacitados para hacerlo, e incluso ponen excusas por su desobediencia, como si fuera algo que no se debe culpar. A mis ojos, un padre que siempre se rinde y un hijo que siempre se sale con la suya, es un espectáculo muy doloroso. Doloroso porque veo el orden de las cosas, señalado por Dios, invertido y al revés. Doloroso, porque estoy seguro de que las consecuencias del carácter del niño al final serán la obstinación, el orgullo y el engreimiento. No os asombréis de que los hombres se nieguen a obedecer a su Padre que está en los cielos, si les permitís, cuando niños, desobedecer a su padre que está en la tierra.
Padres, si amáis a vuestros hijos, dejad que la obediencia sea un lema y una consigna continuamente ante sus ojos.
10. [El hábito de la verdad] Enséñales el hábito de decir siempre la verdad.
Decir la verdad es mucho menos común en el mundo de lo que a primera vista estamos dispuestos a pensar. Toda la verdad, y nada más que la verdad, es una regla de oro que muchos harían bien en tener en cuenta. La mentira y la prevaricación son pecados antiguos. El diablo era su padre: engañó a Eva con una mentira audaz, y desde la caída es un pecado contra el cual todos los hijos de Eva deben estar en guardia.
¡Piensen solamente en cuánta falsedad y engaño hay en el mundo! ¡Cuánta exageración! ¡Cuántas adiciones se hacen a una historia simple! ¡Cuántas cosas quedan fuera, si no sirve al interés del hablante decirlas! ¡Cuán pocos hay entre nosotros de quienes podamos decir: confiamos sin vacilar en su palabra! Verdaderamente, los antiguos persas eran sabios en su generación: para ellos, aprender a decir la verdad, era un punto de referencia en la educación de sus hijos. ¡La prueba de la pecaminosidad natural del hombre es que es necesario mencionar este punto tan terrible!
Lector, quiero que notes con que frecuencia se habla de Dios en el Antiguo Testamento como el Dios de la verdad. La verdad parece estar especialmente puesta ante nosotros como un rasgo principal en el carácter de Aquel con quien nos relacionamos. Nunca se desvía de la línea recta. Aborrece la mentira y la hipocresía. Trate de mantener esto continuamente en la mente de sus hijos. Presiona sobre ellos en todo momento, que menos que la verdad es una mentira; que la evasión, las excusas y la exageración son casas a mitad de camino hacia lo que es falso, y deben evitarse. Anímalos en cualquier circunstancia a ser directos y, cueste lo que cueste, a decir la verdad.
Hago hincapié en este tema para que preste atención, no sólo por el carácter de sus hijos en el mundo, aunque podría insistir mucho en esto, lo insto más bien para su propio consuelo y ayuda en todos sus tratos con ellos. De hecho, encontrará que es una gran ayuda poder confiar siempre en su palabra. Hará mucho para prevenir el hábito de la ocultación, que tan desdichadamente prevalece a veces entre los niños. La abertura y la sinceridad depende mucho del trato de los padres en este asunto en los días de nuestra infancia.
11. [El hábito de redimir el tiempo] Instrúyelos en el hábito de redimir siempre el tiempo.
¡La ociosidad es la mejor amiga del diablo! Es la forma más segura de darle la oportunidad de hacernos daño. Una mente ociosa es como una puerta abierta, y si Satanás no entra por ella, es seguro que algo arrojará para suscitar malos pensamientos en nuestras almas.
Ningún ser creado nunca estuvo destinado a estar ocioso. El servicio y el trabajo son las porciones señaladas de cada criatura de Dios. Los ángeles en el cielo trabajan: son los siervos ministrantes del Señor, siempre haciendo Su voluntad. Adán, en el Paraíso, tenía trabajo: fue designado para labrar el jardín del Edén y para cuidarlo. Los santos redimidos en gloria tendrán trabajo: “No descansan día y noche cantando alabanzas y gloria al que los compró”. Y el hombre, hombre débil y pecador, debe tener algo que hacer, o de lo contrario su alma pronto entrará en un estado insalubre. Debemos tener nuestras manos llenas y nuestras mentes ocupadas con algo, o de lo contrario nuestra imaginación pronto fermentará y engendrará maldades.
Y lo que es cierto para nosotros, es cierto también para nuestros hijos. ¡Ay del hombre que no tiene nada que hacer! Los judíos pensaban que la ociosidad era un pecado positivo —su ley era que cada hombre debería educar a su hijo en algún oficio útil— y tenían razón. Conocían el corazón del hombre mejor que algunos de nosotros.
La ociosidad hizo de Sodoma lo que era. «Esta fue la iniquidad de tu hermana Sodoma: soberbia, saciedad de pan y abundancia de ociosidad hubo en ella» (Ezequiel 16:49). La ociosidad tuvo mucho que ver con el terrible pecado de David con la esposa de Urías. Veo que en 2 Samuel 11 Joab salió a la guerra contra Amón, “pero David se quedó todavía en Jerusalén”. ¿No fue eso la ociosidad? Y entonces fue cuando vio a Betsabé, y el siguiente paso del que leemos es su tremenda y miserable caída.
¡En verdad, creo que la ociosidad ha llevado a más pecado que casi cualquier otro hábito que pueda nombrarse! Sospecho que es la madre de muchas obras de la carne—la madre del adulterio, la fornicación, la embriaguez—y muchas otras obras de las tinieblas que no tengo tiempo de nombrar. Deje que su propia conciencia diga si no digo la verdad. Estabais ociosos, y en seguida el diablo llamó a la puerta y entró.
Y, de hecho, no me sorprende: todo el mundo que nos rodea parece enseñar la misma lección. Es el agua quieta la que se estanca y se vuelve impura; los arroyos que corren y se mueven siempre son claros. Si tiene maquinaria de vapor, debe trabajarla, o pronto se estropeará. Si tienes un caballo, debes ejercitarlo; nunca está tan bien como cuando tiene un trabajo regular. Si deseas tener una buena salud corporal, debes hacer ejercicio. Si siempre te quedas quieto, tu cuerpo seguramente se quejará al final. Y así es con el alma. Para el diablo, la mente activa y en movimiento es un objetivo difícil de disparar. Traten de estar siempre llenos de empleos útiles, y así a su enemigo le resultará difícil conseguir espacio para sembrar cizaña.
Lector, te pido que pongas estas cosas ante la mente de tus hijos. Enséñeles el valor del tiempo y trate de que adquieran el hábito de usarlo bien. Me duele ver a los niños holgazaneando sobre lo que tienen entre manos, sea lo que sea. Me encanta verlos activos y laboriosos, y entregando todo su corazón a todo lo que hacen; dando todo su corazón a las lecciones, cuando tienen que aprender; dando todo su corazón incluso a sus diversiones, cuando van a jugar.
Pero si los amas bien, ¡que la ociosidad sea considerada un pecado en tu familia!
12. [El castigo] Edúcalos con un miedo constante a una tolerancia excesiva.
Este es el único punto de todos en el que más necesita estar en guardia. Es natural ser tierno y cariñoso con la propia carne y sangre, y es el exceso de esta misma ternura y cariño lo que hay que temer. Cuidaos de que no os haga ciegos a las faltas de vuestros hijos y sordos a todos los consejos. Tenga cuidado de que no le haga pasar por alto la mala conducta, en lugar de tener el dolor de infligir castigo y corrección. Sé bien que el castigo y la corrección son cosas desagradables. Nada hay más desagradable que causar dolor a los que amamos y hacer brotar sus lágrimas. Pero mientras los corazones sean lo que son, es vano suponer, como regla general, que los niños puedan ser criados sin corrección.
El consentimiento es una palabra muy expresiva y tristemente llena de significado. Ahora bien, la forma más corta de malcriar a los niños es dejar que se salgan con la suya, permitirles hacer el mal y no castigarlos por ello. Créeme, no debes hacerlo, aunque te cueste muchas lágrimas, a menos que desees arruinar las almas de tus hijos.
No se puede decir que la Escritura no habla claramente sobre este tema: “El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.” (Proverbios 13:24). “Corrige a tu hijo mientras hay esperanza, y tu alma no tenga piedad de su clamor” (Proverbios 19:18). “La necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de la corrección la alejará de él.” (Proverbios 22:15). “No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara,y librarás su alma del Seol. “(Proverbios 23:13-14). “La vara y la corrección dan sabiduría; mas el muchacho consentido avergonzará a su madre.” “Corrige a tu hijo, y te dará descanso,Y dará alegría a tu alma.” (Proverbios 29:15, 17).
¡Cuán fuertes y contundentes son estos textos! ¡Qué melancólico es el hecho de que en muchas familias cristianas parecen casi desconocidos! Sus hijos necesitan reprensión, pero casi nunca se les da; necesitan corrección, pero casi nunca se emplea. Y, sin embargo, este libro de Proverbios no es obsoleto ni inadecuado para los cristianos. Es dada por inspiración de Dios, y provechosa. Se da para nuestro aprendizaje, así como las Epístolas a los romanos y a los efesios. Seguramente el creyente que cría a sus hijos sin prestar atención a sus consejos, se está haciendo más sabio que lo que está escrito, y yerra mucho.
Padres y madres, os lo digo claramente, si no castigáis a vuestros hijos cuando están en el error, les estáis haciendo un grave mal. Les advierto, esta es la roca por la cual el pueblo de Dios, en todos los tiempos, ha naufragado con demasiada frecuencia. Te persuadiría sinceramente de que seas prudente y te mantengas alejado de ella. Véalo en el caso de Eli. Sus hijos Ofni y Phineas “se envilecieron, y él no los refrenó”. No les dio más que un reproche manso y tibio, cuando debería haberlos reprendido severamente. Simplemente, honró a sus hijos por encima de Dios. ¿Y cuál fue el fin de estas cosas? Vivió para enterarse de la muerte de sus dos hijos en la batalla, y sus propias canas fueron llevadas con dolor a la tumba (1 Sam. 2:22-29, 3:13).
Véase, también, el caso de David. ¿Quién puede leer sin dolor la historia de sus hijos y sus pecados? El incesto de Amnón, el asesinato y la orgullosa rebelión de Absalón, la ambiciosa intriga de Adonías, verdaderamente estas fueron heridas dolorosas para que el hombre conforme al corazón de Dios las recibiera de su propia casa. ¿Pero no tuvo él culpa en parte? Me temo que no puede haber ninguna duda de que la hubo. Encuentro una pista de todo esto en el relato de Adonías en 1 Reyes: “Su padre nunca le había contrariado diciendo: ¿Por qué has hecho así?” Ahí estaba el fundamento de toda la maldad. David era un padre demasiado tolerante, un padre que dejaba que sus hijos se salieran con la suya, ¡y él cosechó lo que había sembrado!
Padres, les suplico, por el bien de sus hijos, tengan cuidado con el exceso de tolerancia. Les pido que recuerden que es su primer deber consultar sus verdaderos intereses, y no sus fantasías y gustos; educarlos, no divertirlos; beneficiarlos, no simplemente complacerlos.
No debes ceder a todos los deseos y caprichos de la mente de tu hijo, por mucho que lo ames. No debes dejar que suponga que su voluntad es todo, y que sólo tiene que desear una cosa y se hará. ¡Os ruego que no hagáis de vuestros hijos ídolos, no sea que Dios se los lleve y rompa vuestro ídolo, sólo para convenceros de vuestra insensatez!
Aprende a decir “no” a tus hijos. Demuéstrales que eres capaz de rechazar cualquier cosa que creas que no es adecuada para ellos. Muéstrales que estás listo para castigar la desobediencia, y que cuando hablas de castigo, no solo estás amenazando, sino que estás listo para ejecutar. No se limite a amenazar. La gente amenazada, y las faltas amenazadas, viven mucho tiempo. Castiga rara vez, pero de verdad y con seriedad. El castigo frecuente y ligero es un sistema muy lamentable.
Algunos padres tienen por costumbre decir “niño travieso” a un niño o una niña en cualquier ocasión y, a menudo, sin una buena razón. Es un mal hábito. Las palabras de reproche nunca deben usarse sin una razón real.
En cuanto a la mejor manera de castigar a un niño, no se puede establecer una regla general. Los caracteres de los niños son tan extremadamente diferentes que lo que sería un castigo severo para un niño, no sería ningún castigo para otro. Solo ruego que aceptes mi decidida protesta contra la noción moderna de que ningún niño debe ser azotado jamás. Sin duda, algunos padres usan la corrección corporal con demasiada violencia y frecuencia, pero me temo que muchos otros la usan demasiado poco.
Cuidado con dejar pasar desapercibidas las pequeñas faltas bajo la idea de que “es pequeñita”. No hay cosas pequeñas en la formación de los niños, todas son importantes. Las pequeñas malas hierbas necesitan ser arrancadas tanto como otras. ¡Déjalos en paz y pronto se convertirán en gigantes!
Padres, si hay algún punto que merece su atención, créanme, es este. Te dará problemas, lo sé. Pero si no os preocupáis por vuestros hijos cuando son pequeños, ¡ellos os darán problemas cuando sean viejos! Elige cuál prefieres.
13. [La corrección] Instrúyelos recordando continuamente cómo Dios forma a sus hijos.
La Biblia nos dice que Dios tiene un pueblo elegido, una familia en este mundo. Todos los pobres pecadores que han sido convencidos de pecado y han acudido a Jesús en busca de paz, forman esa familia. Todos los que realmente creemos en Cristo para salvación somos sus miembros.
Ahora Dios el Padre está siempre enseñando a los miembros de esta familia para su morada eterna con Él en el cielo. Actúa como labrador podando sus vides, para que den más fruto. Él conoce el carácter de cada uno de nosotros: nuestros pecados que nos acosan, nuestras debilidades, nuestras enfermedades peculiares, nuestras necesidades especiales. Él conoce nuestras obras y dónde moramos, quiénes son nuestros compañeros de vida, cuáles son nuestras pruebas, cuáles son nuestras tentaciones y cuáles son nuestros privilegios. Él sabe todas estas cosas y siempre ordena todo para nuestro bien. Él asigna a cada uno de nosotros, en Su providencia, las cosas que necesitamos, para dar la mayor cantidad de frutos: tanto sol como podamos soportar, y tanta lluvia; tanta amargura como podamos soportar, y tanta dulzura. Lector, si quieres educar sabiamente a tus hijos, fijate bien cómo Dios Padre educa a los suyos. Él hace todas las cosas bien; el plan que Él adopte debe ser correcto.
Mira, pues, cuántas cosas hay que Dios retiene de sus hijos. Sospecho que pocos podrían encontrarse entre ellos que no hayan tenido deseos que Él nunca se haya complacido en cumplir. A menudo ha habido algo que querían lograr y, sin embargo, siempre ha habido alguna barrera para evitar el logro. Ha sido como si Dios lo estuviera colocando fuera de nuestro alcance y diciendo: “Esto no es bueno para ti, esto no debe ser así”. Moisés deseaba sobremanera cruzar el Jordán y ver la hermosa tierra prometida; pero recordarás que su deseo nunca fue concedido.
Mira también cuán a menudo Dios guía a su pueblo por caminos que parecen oscuros y misteriosos a nuestros ojos. No podemos ver el significado de todos Sus tratos con nosotros; no podemos ver la sensatez del camino que recorren nuestros pies. A veces nos han asaltado tantas pruebas, nos han envuelto tantas dificultades, que no hemos sido capaces de entender el porqué. Ha sido como si nuestro Padre nos llevara de la mano a un lugar oscuro y nos dijera: “No preguntes, sígueme”. Había un camino directo de Egipto a Canaán, pero Israel no fue conducido a él; sino alrededor, a través del desierto. Y esto parecía difícil en ese momento. “El alma del pueblo”, se nos dice, “estaba muy desanimada a causa del camino” (Éxodo 13:17; Números 21:4).
Véase, también, cuán a menudo Dios castiga a Su pueblo con pruebas y aflicciones. Les envía cruces y decepciones. Los abate con la enfermedad. Los despoja de propiedades y amigos. Los cambia de una posición a otra. Él los visita con las cosas más duras para la carne y la sangre, y algunos de nosotros hemos estado a punto de desmayarnos bajo las cargas que se nos imponen. Nos hemos sentido presionados más allá de nuestras fuerzas, y casi hemos estado a punto de murmurar de la mano que nos castigó. A Pablo el Apóstol le asignó un aguijón en la carne, alguna amarga prueba corporal, sin duda, aunque no sabemos exactamente cuál fue. Pero esto sabemos: él rogó al Señor tres veces que lo quitara; sin embargo, no se lo quitó (2 Cor. 12:8, 9).
Ahora bien, lector, a pesar de todas estas cosas, ¿alguna vez has oído hablar de un solo hijo de Dios que pensó que su Padre no lo trató sabiamente? No, estoy seguro de que nunca lo hiciste. Los hijos de Dios siempre te dirían que, a la larga, fue una bendición que no se salieran con la suya, y que Dios había tratado mucho mejor con ellos de lo que ellos podrían haber hecho por sí mismos. ¡Sí! Y también podrían decirte que los tratos de Dios les habían proporcionado más felicidad de la que jamás habrían obtenido por sí mismos, y que Su camino, por oscuro que fuera a veces, era el camino del placer y el camino de la paz.
Les pido que tomen en serio la lección que el trato de Dios con su pueblo debe enseñarles. No temas ocultarle a tu hijo nada que creas que le hará daño, sean cuales sean sus propios deseos. Este es el plan de Dios.
No vacilen en imponer órdenes, cuya sabiduría puede que no vea en este momento, y en guiarlo por caminos que tal vez ahora no le parezcan razonables a su mente. Este es el plan de Dios.
No dudes en castigarlo y corregirlo cada vez que veas que la salud de su alma lo requiere, por doloroso que sea para tus sentimientos; y recuerda que las medicinas para la mente no deben ser rechazadas porque sean amargas. Este es el plan de Dios.
Y no tengas miedo, sobre todo, de que un plan de educación así vaya a hacer a tu hijo infeliz. Te advierto contra este engaño. Confíe en ello, no hay camino más seguro hacia la infelicidad que salirnos siempre con la nuestra. Que nuestras voluntades sean revisadas y rechazadas es algo bendito para nosotros; nos hace valorar los placeres cuando llegan. Ser tolerante perpetuamente es la manera de volverse egoísta; y las personas egoístas y los niños mimados, créanme, rara vez son felices.
Lector, no seas más sabio que Dios: educa a tus hijos como Él educa a los suyos.
14. [El buen ejemplo] Instrúyelos recordando continuamente la influencia de vuestro propio ejemplo.
La instrucción, el consejo y los mandatos servirán de poco, a menos que estén respaldados por el patrón de tu propia vida. Tus hijos nunca creerán que hablas en serio, y realmente desearán que te obedezcan, siempre y cuando tus acciones contradigan tu consejo. Tillotson hizo una sabia observación cuando dijo:
“Dar a los niños una buena instrucción y un mal ejemplo no es más que hacerles señas con la cabeza para mostrarles el camino al cielo; ¡mientras nosotros los tomamos de la mano y los guiamos por el camino al infierno!”
Conocemos poco la fuerza y el poder del ejemplo. Ninguno de nosotros puede vivir para sí mismo en este mundo; siempre estamos influenciando a nuestros hijos, de una forma u otra, ya sea para bien o para mal, ya sea para Dios o para el pecado. Ellos ven nuestros caminos, marcan nuestra conducta, observan nuestro comportamiento y lo que nos ven practicar, suponiendo que pensamos bien. Nunca, creo, se muestra el ejemplo tan poderosamente como lo hace en el caso de los padres con los hijos.
Padres y madres, no olvidéis que los niños aprenden más de vista que de oído. Ninguna escuela dejará marcas tan profundas en el carácter como el hogar. Los mejores maestros de escuela no se grabarán en sus mentes tanto como lo que captarán junto a la chimenea. La imitación es un principio mucho más fuerte con los niños que la memoria. Lo que ven tiene un efecto mucho más fuerte en sus mentes que lo que se les dice.
Cuida, pues, lo que haces delante de tu hijo. Este es un verdadero proverbio: “Quien peca delante de un niño, peca doblemente”. Esforzaos más bien por ser una epístola viva de Cristo, que vuestras familias puedan leerla claramente. Sé un ejemplo de reverencia por la Palabra de Dios, reverencia en la oración, reverencia por los medios de gracia, reverencia por el día del Señor. Sé ejemplo en palabras, en temperamento, en diligencia, en templanza, en fe, en caridad, en bondad, en humildad. No creas que tus hijos practicarán lo que no te ven hacer. Eres su imagen modelo, y ellos copiarán lo que eres. Tus razonamientos y tus sermones, tus sabios mandamientos y tus buenos consejos, todo esto puede que no lo entiendan, ¡pero pueden entender tu vida!
Los niños son observadores muy rápidos, muy rápidos para ver a través de algunos tipos de hipocresía, muy rápidos para descubrir lo que realmente piensas y sientes, muy rápidos para adoptar todas tus formas y opiniones. A menudo encontrarás que como es el padre, también lo es el hijo.
Recuerda la palabra que el conquistador César siempre usaba para sus soldados en una batalla. No dijo: “Adelante”, sino “¡Venid!” Así debe ser contigo en la formación de tus hijos. Rara vez aprenderán hábitos que te vean despreciar, o andarán por caminos que tú mismo no andes. El que predica a sus hijos lo que no practica, está realizando una obra que nunca avanza. Es como la legendaria telaraña de Penélope de antaño, que tejía todo el día y destejía toda la noche. Aun así, el padre que trata de entrenar sin dar un buen ejemplo está construyendo con una mano y derribando con la otra.
15. [El pecado] Edúcalos recordando continuamente el poder del pecado.
Menciono esto brevemente para protegerte contra las expectativas no bíblicas.
No debes esperar encontrar en las mentes de tus hijos una hoja de papel totalmente en blanco, y que no vas a tener problemas si no usas los medios correctos. Te advierto claramente que no encontrarás tal cosa. Es doloroso ver cuánta corrupción y maldad hay en el corazón de un niño pequeño, y cuán pronto comienza a dar fruto. Temperamentos violentos, obstinación, orgullo, envidia, hosquedad, pasión, ociosidad, egoísmo, engaño, astucia, falsedad, hipocresía, una terrible aptitud para aprender lo que es malo, una dolorosa lentitud para aprender lo que es bueno, una disposición a fingir cualquier cosa para obtener sus propios fines; todas estas cosas, o algunas de ellas, debes estar preparado para ver, incluso en tu propia carne y sangre. Surgirán sigilosamente en una edad muy temprana; es casi sorprendente observar con qué naturalidad parecen brotar. Los niños no necesitan escolarización para aprender a pecar.
Pero no debes desanimarte ni abatirte por lo que ves. No debes pensar que es algo extraño e inusual que sus pequeños corazones estén tan llenos de pecado. Es la única porción que nos dejó nuestro padre Adán; es esa naturaleza caída con la que venimos al mundo; es esa herencia que nos pertenece a todos. Que más bien os haga más diligentes en el uso de todos los medios que parezcan más probables (con la bendición de Dios) de contrarrestar el mal. Que os haga más y más cuidadosos, en cuanto os sea posible, para mantener a vuestros hijos fuera del camino de la tentación.
Nunca escuches a los que te dicen que tus hijos son buenos. Piensa más bien que sus corazones son siempre inflamables como la yesca. En su mejor momento, solo necesitan una chispa para prender fuego a sus corrupciones. Los padres rara vez son demasiado cautelosos. Acuérdate de la depravación natural de tus hijos, y ves con cuidado.
16. [Las promesas de Dios] Intrúyelos recordando continuamente las promesas de las Escrituras.
Menciono esto también brevemente para protegerte contra el desánimo.
Tienes una promesa clara de tu parte: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” (Proverbios 22:6) Piensa lo que es tener una promesa como esta. Las promesas eran la única lámpara de esperanza que alegraba los corazones de los patriarcas antes de que se escribiera la Biblia. Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob, José, todos vivieron de unas pocas promesas y prosperaron en sus almas. Las promesas son los elementos vitales que en todos los tiempos han sostenido y fortalecido al creyente. Aquel que tiene un texto claro de su lado nunca debe perder el ánimo. Padres y madres, cuando vuestros corazones estén desfalleciendo y a punto de detenerse, mirad la palabra de este texto y consolaos.
Piensa quién es el que promete. No es la palabra de un hombre, que puede mentir o cambiar de opinión; es la palabra del Rey de reyes, que nunca cambia. ¿Ha dicho una cosa, y no la hará? ¿O ha hablado, y no hará que pase? Tampoco hay nada demasiado difícil de realizar para Él. Las cosas que son imposibles para los hombres son posibles para Dios. Lector, si no obtenemos el beneficio de la promesa en la que estamos pensando, la culpa no es de Él, sino de nosotros mismos.
Piensa también en lo que contiene la promesa, antes de negarte a consolarte con ella. Habla de un cierto tiempo en que la buena educación dará especialmente fruto: “cuando fuere viejo”. De bien seguro hay consuelo en esto. Puede que no veas con tus propios ojos el resultado de una educación cuidadosa, pero no sabes qué frutos benditos pueden brotar de él, mucho después de que estés muerto. No es la manera de Dios dar todo a la vez. “Después” es el momento en que Él a menudo escoge obrar, tanto en las cosas de la naturaleza como en las cosas de la gracia. “Después” es la época en que la aflicción da frutos apacibles de justicia (Heb. 12:11). “Después” fue el momento en que el hijo que se negó a trabajar en la viña de su padre se arrepintió y se volvió (Mat. 21:29). Y “después” es el momento que los padres deben esperar si no ven el éxito de inmediato: deben sembrar con esperanza y plantar con esperanza.
“Echa tu pan sobre las aguas—dice el Espíritu—porque después de muchos días lo hallarás.” (Eclesiastés 11:1). Muchos hijos, no lo dudo, se levantarán en el día del juicio y bendecirá a sus padres por la buena educación, que nunca dio ninguna señal de haber sido aprovechada durante la vida de sus padres. Proseguid, pues, con fe, y estad seguros de que vuestro trabajo no será del todo desperdiciado. Tres veces se tendió Elías sobre el hijo de la viuda antes de que reviviera. Toma ejemplo de él, y persevera.
17. [Ora sin cesar] Edúcalos, por último, con oración continua para que bendiga todo lo que haces.
Sin la bendición del Señor, sus mejores esfuerzos no servirán de nada. Él tiene los corazones de todos los hombres en Sus manos, y a menos que Él toque los corazones de tus hijos por Su Espíritu, te fatigarás en vano. Riega, pues, la semilla que siembras en sus mentes, con oración incesante. El Señor está mucho más dispuesto a escuchar que nosotros a orar; mucho más dispuesto a dar bendiciones que nosotros a pedirlas, pero le encanta que le supliquen. Pongo este asunto de la oración ante ti, como la piedra angular y el sello de todo lo que haces. Sospecho que el hijo de muchas oraciones rara vez es desechado.
Mira a tus hijos como Jacob miró a los suyos; le dice a Esaú: “[Estos son] los hijos que Dios en su misericordia ha dado a tu siervo” (Gén. 33:5). Míralos como lo hizo José con los suyos; le dijo a su padre: “Estos son los hijos que Dios me ha dado” (Gén. 48:9). Cuéntelos con el salmista como “herencia y recompensa del Señor” (Sal. 127:3). Y luego pide al Señor, con santa audacia, que sea clemente y misericordioso con sus propios dones. Note como Abraham intercede por Ismael, porque lo amaba, “Oh, que Ismael viva delante de ti” (Gén. 17:18). Mira cómo Manoa le habla al ángel acerca de Sansón: “¿cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él?” (Jueces 13:12). Observe cuán tiernamente Job cuidó las almas de sus hijos: “ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días.” (Job 1:5). Padres, si amáis a vuestros hijos, id y haced lo mismo. Sus nombres nunca serán mencionados ante el propiciatorio con demasiada frecuencia.
Y ahora, lector, en conclusión, permíteme una vez más insistir en la necesidad e importancia de usar todos los medios a tu alcance, si quieres educar a los niños para el cielo.
Sé bien que Dios es un Dios soberano, y hace todas las cosas según el consejo de Su propia voluntad. Yo sé que Roboam era hijo de Salomón y Manasés hijo de Ezequías, y que no siempre se ven padres piadosos que tienen una simiente piadosa. Pero también sé que Dios es un Dios que obra por medios, y estoy seguro de que si tomas a la ligera los medios que he mencionado, es probable que tus hijos no salgan bien.
Padres y madres, pueden llevar a sus hijos a la iglesia, pueden enviarlos a la mejor de las escuelas, darles Biblias y libros de oración, y llenarlos de conocimiento, pero si durante todo este tiempo no hay un entrenamiento regular en el hogar, os lo digo claramente, me temo que al final será difícil para las almas de vuestros hijos. El hogar es el lugar donde se forman los hábitos; el hogar es el lugar donde se establecen los cimientos del carácter; el hogar es donde se producen nuestros gustos, preferencias y opiniones. Mira entonces, te lo ruego, que haya una educación cuidadosa en casa. Feliz en verdad es el hombre que puede decir, como lo hizo Bolton en su lecho de muerte, a sus hijos: “Creo que ninguno de ustedes se atreverá a encontrarse conmigo ante el tribunal de Cristo en un estado no regenerado”.
Padres y madres, os encargo solemnemente ante Dios y el Señor Jesucristo, que os esforcéis por instruir a vuestros hijos en el camino que deben seguir. Os lo pido no sólo por el bien de las almas de vuestros hijos; os lo encargo por el bien de vuestro propio futuro consuelo y paz. Verdaderamente es de vuestro interés hacerlo. Verdaderamente, vuestra propia felicidad depende en gran medida de ello. ¡Los niños siempre han sido el arco con el que las flechas más afiladas han atravesado el corazón del hombre! ¡Los niños han mezclado las copas más amargas que el hombre jamás haya tenido que beber! ¡Los niños han provocado las lágrimas más tristes que el hombre haya tenido que derramar jamás! Adán podría decírtelo; Jacob podría decírtelo; David podría decírtelo. ¡No hay dolores en la tierra como los que los hijos han traído a sus padres! ¡Oh! prestad atención, no sea que vuestro propio descuido os acumule miseria en vuestra vejez. Tened cuidado, no sea que lloréis bajo el maltrato de un niño ingrato, en los días en que vuestros ojos se oscurezcan y tu fuerza natural disminuya.
Si alguna vez deseas que tus hijos sean los restauradores de tu vida, y los sustentadores de tu vejez, si quieres que sean bendiciones y no maldiciones, alegrías y no tristezas, Judá y no Rubén, Rut y no Orfa; si deseas no avergonzarte de sus obras, cómo Noé, y acabar agotado como Rebeca; si este es tu deseo, recuerda mi consejo a tiempo, instrúyelos en el camino correcto mientras son jóvenes.
Y en cuanto a mí, concluiré elevando mi oración a Dios por todos los que lean este artículo, para que Dios les enseñe a todos a sentir el valor de sus propias almas. Esta es una de las razones por las que el bautismo es con demasiada frecuencia una mera forma, y la educación cristiana es despreciada e ignorada. Con demasiada frecuencia, los padres no sienten nada por sí mismos y, por lo tanto, no sienten nada por sus hijos. No se dan cuenta de la tremenda diferencia entre un estado natural y un estado de gracia, y por lo tanto se contentan con dejarlos solos.
Que el Señor os enseñe a todos que el pecado es esa cosa abominable que Dios odia. Entonces, sé que os lamentaréis por los pecados de vuestros hijos, y os esforzaréis por arrancarlos como tizones del fuego.
Que el Señor os enseñe a todos cuán precioso es Cristo, y cuán poderosa y completa obra ha hecho para nuestra salvación. Entonces, estoy seguro de que usareis todos los medios para llevar a vuestros hijos a Jesús, para que puedan vivir a través de Él.
Que el Señor os enseñe la necesidad del Espíritu Santo, para renovar, santificar y vivificar vuestras almas. Entonces, estoy seguro de que exhortaréis a vuestros hijos a orar por Él sin cesar, y no descansar nunca hasta que Él haya descendido a sus corazones con poder y los haya hecho nuevas criaturas.
Si el Señor concede esto, entonces tengo buena esperanza de que en verdad instruiréis bien a vuestros hijos; los intruiréis bien para esta vida, y los instruiréis bien para la vida venidera; los instruiréis bien para la tierra y los instruiréis bien para el cielo; los instruiréis bien para Dios, para Cristo, y para la eternidad!
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