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¿Qué es el temor de Dios? (Parte 2)

Adan y Eva en el Jardín del Edén

—Enguardia

Para leer la primera parte de este artículo dirigase aquí

En el ensayo anterior, comenzamos un estudio sobre un tema del que, por desgracia, no suele hablarse mucho en las iglesias y, cuando se habla, suele hacerse de pasada. Además, se ha sobresimplificado o, en algunos casos, tergiversado hasta tal punto que se ha alejado de su sentido básico y literal. Hablo, por supuesto, del temor de Jehová. ¿Qué es el temor de Jehová?

En la exposición anterior hicimos una introducción a este tema. Vimos que en hebreo existen dos palabras diferentes para «temor» y «reverencia». El término hebreo para «reverencia» es Shajá (שָׁחָה) y su significado es muy parecido al del español: postrarse a tierra en señal de respeto o adoración. La otra palabra es yaré (יָרֵא) y se traduce mayoritariamente como «temor» o «miedo». Este es el término que se utiliza cuando hablamos del temor de Jehová; es decir, no se trata de una simple reverencia, como alegan algunos.

Lo siguiente que vimos es que el temor está arraigado en el ser humano. La mayoría de las religiones se basan en el temor a algún espíritu, dios o dioses. Incluso en las religiones monoteistas, como el islam o el catolicismo, vemos ese aspecto del temor a Dios. Aunque se basan en falsas premisas, es evidente que este es un aspecto esencial de sus creencias.

El temor de Dios lo encontramos en el capítulo tres del libro del Génesis, cuando Adán y Eva se esconden de Dios después de desobedecer su mandato de no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Adán, nos dice el texto, escuchó la voz de Dios y tuvo «miedo, porque estaba desnudo» (Gén 3:10). La palabra hebrea para «miedo» es yaré, la misma que utilizamos cuando hablamos del temor de Jehová.

Desde que Adán y Eva pecaron las personas han tenido temor de Dios; eso es, hasta que empezaron a tener miedo de otras cosas, como los demonios o ángeles caídos. En otras palabras, el ser humano siempre va a tener miedo de algo. Podemos elegir temer al Dios verdadero que nos ha creado o podemos tener miedo de los dioses/demonios que se han revelado contra el Dios que los ha creado. Está en nuestras manos elegir a quién tememos y servimos.

Ahora bien, el temor de Dios no es la meta. El temor es necesario, pero debe ir acompañado de la fe, la misericordia y el amor. La corrección es necesaria, pero no es el fin en sí mismo. Ningún buen padre quiere que su hijo le obedezca por puro miedo; más bien, el padre bueno, con mucha paciencia y mansedumbre, corrige a su hijo para que aprenda a hacer el bien y, a través del buen ejemplo del padre, el hijo aprende a amar al prójimo y al padre.

Tras ver este breve resumen de la exposición anterior, pasemos a ver ahora algunos aspectos prácticos del temor de Dios.

Aspectos prácticos del temor de Dios

Seguramente, lo último que se nos pasaría por la cabeza al pensar en el temor de Dios es que este pueda tener algún aspecto práctico. Pues bien, la Biblia nos ofrece al menos cuatro ejemplos prácticos del temor de Dios. Por tanto, creo que es importante no pasarlos por alto.

1. El temor de Dios salva y próspera a la persona

El primer ejemplo lo encontramos en el primer capítulo del Éxodo.  Después de la muerte de José, el hijo amado de Jacob, vino un faraón que no le conoció y no recordó todo el bien que había hecho en Egipto. Al ver que los israelitas se habían multiplicado, el faraón tuvo miedo de que se rebelaran y decidió matar a todos los bebés varones nacidos de las mujeres hebreas.

«Y habló el rey de Egipto a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifra, y otra Fúa, y les dijo:  Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo, matadlo; y si es hija, entonces viva. Pero las parteras temieron a Dios, y no hicieron como les mandó el rey de Egipto, sino que preservaron la vida a los niños…Y por haber las parteras temido a Dios, él prosperó sus familias.» (Ex. 1:15-17)

Este ejemplo muestra cómo el temor de Dios puede hacernos prosperar cuando hacemos lo correcto. Las parteras sabían que estaban arriesgando su vida, sin embargo, decidieron asumir ese riesgo y obedecer a Dios, y Él las bendijo. De hecho, el texto nos dice que Él prosperó a todas sus familias. Por consiguiente, cuando obedecemos a Dios con temor, él trae bendición sobre nosotros y nuestras familias.

A veces, esta obediencia conlleva también un riesgo y, en ocasiones, este riesgo implica desobedecer al propio gobierno. Es importante recordar que las leyes a veces deben quebrantarse; hacer lo contrario podría llevarnos a desobedecer a Dios. ¿Estamos listos para hacerlo cuando se presente la ocasión?

El antiguo Egipto no está tan lejos como creemos. De hecho, si pensamos en las leyes sobre el aborto, podemos llegar a la conclusión de que nuestra situación es muy similar. En primer lugar, vemos que han creado leyes (y debemos recordar que hablamos de leyes universales) con el propósito de reducir la población mundial; esto, claro está, lo hacen con la excusa de la sobrepoblación. Cabe señalar que esta idea fue propagada por Darwin junto con Thomas Malthus. Este hombre pronosticó que el aumento exponencial de la población acabaría causando guerras y una gran hambruna, por lo que era necesario hacer un control de natalidad. Por supuesto, Malthus se equivocó por completo, ya que eso nunca sucedió. Pero sus ideas perduraron en la mente de muchos eruditos.

China es un ejemplo de lo peligrosa que es esta ideología. Durante décadas, el gigante asiático solo permitía tener un hijo por familia. El resultado fue que millones de mujeres acabaron abortando a sus hijos de forma voluntaria o forzada. Se calcula que en treinta y cinco años se perdieron unas treinta millones de almas. Pensemos en la magnitud de esta cifra. Esto supera a más de dos tercios de la población de España. Treinta millones de bebés que no vieron la luz o que fueron abandonados en las calles chinas muriendo lentamente en agonía. Por fortuna, algunos de estos bebés sobrevivieron gracias a los esfuerzos de organizaciones internacionales dedicadas a salvar estas vidas preciosas, aunque, por desgracia, esto provocó el surgimiento de mafias dedicadas a vender a estos bebés.

Ahora China tiene un gran problema: les faltan mujeres. Como solo se les permitía tener un hijo, muchas familias decidieron deshacerse de sus hijas, ya que los chinos, al ser muy tradicionales, preferían tener varones. Por eso, muchas de ellas acabaron abandonadas en las calles. Hoy en día existe el fenómeno conocido como guang guan, «ramas rotas». Es decir, que millones de familias han llegado a su fin biológico, ya que no van a tener descendientes.

Algunos piensan que esto solo ocurre en China, pero lo cierto es que en Europa no estamos tan lejos. El continente en el que vivimos utiliza otra estrategia, pero el fin es el mismo. Desde hace décadas nos han lavado el cerebro con la idea de que hay un exceso de población y que lo mejor que podemos hacer es no tener hijos, y si los tenemos, mejor que no sean más de dos. Se nos dice que los jóvenes deben disfrutar de la vida, estudiar y hacer realidad sus sueños; los niños pueden esperar o, mejor aún, no nacer. Esto nos ha llevado a tener un continente cada vez más envejecido, sin nadie que los reemplace. Irónicamente, son los musulmanes quienes están ganando terreno. Quizá deberíamos preguntarnos por qué los creyentes no tenemos más hijos.

Ahora bien, volviendo al tema, vemos que hoy en día una enfermera o un médico pueden enfrentarse a serios problemas si se niegan a asistir a un aborto. Por ahora, parece haber un «vacío legal» en este sentido, pero las cosas podrían ponerse mucho más duras en los próximos años.

Además de los abortos, podemos observar lo que está sucediendo con la homosexualidad. Sin ir más lejos, hace unos años, en Israel, una organización cristiana fue demandada por una pareja gay cuando se negó a oficiarles su boda. La organización tuvo que pagar una elevada indemnización y, desde entonces, ya no ofrece este tipo de servicios al público. Por supuesto, podríamos poner muchos más ejemplos como este, pero lo que vemos es que vivimos en una época en la que cada vez será más habitual ver a los creyentes tomar este tipo de decisiones.

Quizá, en muchos casos, no veremos que somos prosperados (como en el caso de las parteras) e incluso puede que nos vaya muy mal cuando decidamos desobedecer ciertas leyes, pero debemos recordar que la prosperidad no siempre es inmediata ni física. Dios tiene su momento para bendecirnos y no siempre es cuando nosotros queremos. Pero sabemos una cosa: siempre que decidamos hacer el bien, Dios nos va a prosperar de forma espiritual y seremos una bendición para quienes nos rodean.

Ahora bien, podemos encontrar otro ejemplo de prosperidad basada en el temor de Dios en el capítulo 9 del Éxodo, donde se narra una de las plagas. Moisés le advierte al faraón de que Dios va a hacer caer sobre Egipto «granizo muy pesado, cual nunca hubo en Egipto, desde el día que se fundó hasta ahora». Curiosamente, Israel fue preservado de este castigo, pero los egipcios tuvieron la opción de salvar su ganado. El texto dice lo siguiente:

«De los siervos de Faraón, el que tuvo temor de la palabra de Jehová hizo huir sus criados y su ganado a casa;  mas el que no puso en su corazón la palabra de Jehová, dejó sus criados y sus ganados en el campo.» (Ex. 9:20)

Quien no creyó la palabra de Jehová y no tuvo temor, dejó sus criados y ganado en el campo; es decir, perdió todo lo que tenía. Pero el que obedeció salvó a sus criados y ganado. El temor de Dios salvó no sólo sus posesiones, sino también vidas humanas. En este caso concreto vemos cómo el temor de Dios trajo bendiciones a los oyentes y practicantes. Quienes no escucharon ni hicieron nada, perdieron todo.

Esto nos debe hacer recordar que, como pecadores, también tenemos la opción de escoger entre la vida y la muerte. Podemos escucharle y salvarnos, o podemos cerrar nuestros oídos y perdernos. Ahora bien, nosotros también debemos pasar a la acción. Los egipcios actuaron con fe cuando decidieron recoger todo su ganado y llevarlo a un lugar seguro; nosotros también debemos actuar con fe cuando decidimos seguir a Cristo. Debemos entender que Él es nuestra única escapatoria, nuestra salvación.

Estos dos ejemplos muestran cómo Dios prospera a aquellos que le temen, pero debemos recordar que el temor de Dios va siempre acompañado de la acción. El temor no es pasivo, sino activo. ¿Cómo sabemos si tememos a Dios? Cuando actuamos. El apóstol Santiago dijo algo parecido: «Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras». Podríamos decir algo similar: «Muéstrame tu temor sin tus obras, y yo te mostraré mi temor por mis obras». En otras palabras, el temor de Dios debe manifestarse a través de las obras.

Dicho esto, veamos algunos ejemplos más que muestran cómo Dios prospera a aquellos que le temen:

Deut. 5:29
¡Quién diera que tuviesen tal corazón, que me temiesen y guardasen todos los días todos mis mandamientos, para que a ellos y a sus hijos les fuese bien para siempre! … Para que tus días sean prolongados (Deut. 6:2).

Salmo 34:9  
Temed a Jehová, vosotros sus santos, Pues nada falta a los que le temen.

Pro. 8:12
Aunque el pecador haga mal cien veces, y prolongue sus días, con todo yo también sé que les irá bien a los que a Dios temen, los que temen ante su presencia.

Pro. 22:4
Riquezas, honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de Jehová.

2. El temor de Dios nos hace confiar en él

Otro aspecto práctico que encontramos es que el temor de Dios nos lleva a confiar en él. Esto puede parecer contradictorio, después de todo, ¿quién en su sano juicio va a confiar en un individuo (hombre o demonio) a quien le tiene miedo? Sin embargo, la Biblia nos enseña que el temor de Dios nos lleva a confiar en él.

«Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, Y en sus mandamientos se deleita en gran manera…. No tendrá temor de malas noticias; Su corazón está firme, confiado en Jehová.» (Sal. 112:1-7)

En este versículo se aprecia claramente cómo el temor de Dios nos hace vivir con confianza. Quién teme a Dios no teme nada. Quién no teme a Dios teme a todo. Como he dicho anteriormente, el temor debe ir acompañado de la acción, que procede de la fe. Por lo tanto, toda acción que proceda del temor de Dios debe ir acompañada de fe. No obstante, la fe no puede surgir sin el conocimiento de Dios. En este salmo, el salmista nos dice que el que teme a Jehová es bienaventurado, pero no se detiene ahí, sino que continúa diciendo: «y en sus mandamientos se deleita en gran manera». Esto nos enseña que nuestro temor debe ir acompañado del amor por su Palabra.

«En el día que temo, Yo en ti confío. En Dios alabaré su palabra; En Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?… Sobre mí, oh Dios, están tus votos; Te tributaré alabanzas. Porque has librado mi alma de la muerte, Y mis pies de caída, Para que ande delante de Dios En la luz de los que viven.» (Sal. 56:3-4;12-13)

El título de este salmo es «La paloma silenciosa en paraje muy distante». Esto quizá haga referencia a la esperanza que tenía en Dios, pero que veía como algo lejano. Sin embargo, incluso en aquellas difíciles circunstancias, él confió en Dios y alabó su palabra. Su confianza creó en él el deseo de alabar y adorar a Dios. «Te tributaré alabanzas, porque has librado mi alma de la muerte», nos dice el salmo. El temor de Dios y su amor por su palabra hicieron que David confiara en Él, y esto a su vez creó en él un deseo de alabanza y adoración.

3. El temor de Dios nos da fuerzas

Todos hemos pasado por alguna situación que nos hace flaquear y perder el ánimo. Pues bien, otro aspecto práctico del temor de Dios es que este nos da fuerzas y vigor para seguir adelante.

«Reinos de la tierra, cantad a Dios, cantad al Señor; Selah
Al que cabalga sobre los cielos de los cielos, que son desde la antigüedad;
he aquí dará su voz, poderosa voz. Atribuid poder a Dios;
Sobre Israel es su magnificencia, Y su poder está en los cielos.
Temible eres, oh Dios, desde tus santuarios;
El Dios de Israel, él da fuerza y vigor a su pueblo.» (Sal. 68:32-35)

El salmista reconoce aquí que el Dios de Israel es un Dios temible. Él es aquel Dios que hizo temblar el Sinaí (Sal. 68:8) y que cuenta con millares y millares de carros (Sal. 68:17). David entiende que Jehová ha escogido a Israel para que sea una nación santa ante Él. Y cuando su pueblo teme a Dios, Él les da fuerzas y vigor. No obstante, esta bendición se extiende a todos aquellos que no forman parte de Israel pero que deciden seguir a Jehová: «Reinos de la tierra, cantad a Dios, cantad al Señor», dice el versículo treinta y dos. El temor se convierte en alabanza y bendición para todos los redimidos, judíos o gentiles.

4. El temor de Dios nos aparta de hacer el mal

Por último, la Biblia nos enseña que el temor de Dios nos aparta de hacer el mal. En otras palabras, el temor de Dios nos ayuda a hacer el bien. Los primeros ejemplos los encontramos en las leyes humanitarias del libro del Levítico:

Lev. 19:14
No maldecirás al sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo, sino que tendrás temor de tu Dios. Yo Jehová.

Lev. 25:36
Y cuando tu hermano empobreciere y se acogiere a ti, tú lo ampararás; como forastero y extranjero vivirá contigo.  No tomarás de él usura ni ganancia, sino tendrás temor de tu Dios, y tu hermano vivirá contigo.

Lev. 25:43
Y cuando tu hermano empobreciere, estando contigo, y se vendiere a ti, no le harás servir como esclavo. Como criado, como extranjero estará contigo; hasta el año del jubileo te servirá. Entonces saldrá libre de tu casa; él y sus hijos consigo, y volverá a su familia, y a la posesión de sus padres se restituirá. Porque son mis siervos, los cuales saqué yo de la tierra de Egipto; no serán vendidos a manera de esclavos. No te enseñorearás de él con dureza, sino tendrás temor de tu Dios.

Todas estas leyes terminan con el mismo mandamiento: No hagas tal cosa, sino que tendrás temor de tu Dios. El hebreo no debía oprimir al desvalido, ni tomar usura del prójimo, ni venderlo como esclavo. ¿Pero cómo serían capaces de guardar estos mandamientos? ¿Cómo asegurarse de que no iban a hacer lo contrario? La respuesta es simple: teniendo temor de Dios. Esto era su salvaguarda. La persona temerosa de Dios no hacía tropezar al ciego ni se aprovechaba de los pobres. Más bien, bendecía al pobre y liberaba al oprimido.

Los próximos dos ejemplos nos ayudan a esclarecer más este punto:

Prov. 14:27
El temor de Jehová es manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte.

Algunos mandamientos de la Ley Mosaica tenían como castigo la pena capital. La muerte era el destino de aquellos que no cumplían ciertos mandamientos. El temor a Dios les apartaba del castigo mortal. Ahora bien, en ocasiones los «lazos de la muerte» vienen provocados por el mismo pecado. Se trata de una muerte espiritual, no solo física. No obstante, el antídoto es el mismo. Nuestra «poción mágica» es el agua del manantial de la vida que surge del temor de Dios.

Prov. 16:6
Con misericordia y verdad se corrige el pecado, Y con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal.

Este versículo nos ofrece una visión similar. El temor de Dios nos libra de las garras de la muerte y nos ayuda a evitar el mal. No obstante, este texto nos ofrece información adicional. Nos da una respuesta sobre cómo podemos corregir el pecado. La misericordia y la verdad son dos conceptos inseparables que se mencionan repetidamente en la Biblia. En primer lugar, necesitamos de la misericordia y verdad de Dios. Sin él, no podemos hacer nada. El mayor acto de misericordia lo encontramos en la obra de la cruz. Gracias a su sacrificio, podemos encontrar el perdón de nuestros pecados y ser transformados para corregir el pecado, tal y como nos dice el proverbio. Pero la misericordia debe ir acompañada de la verdad. Jesús dijo: «Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad». (Jn. 17:17) Dios mostró su gracia al morir por nosotros en la cruz, pero necesitamos ser santificados y corregidos del pecado a través de su palabra. La misericordia y la verdad son inseparables y proceden de Dios. No obstante, una vez que somos transformados, tenemos el deber de corregir nuestro camino, y eso lo hacemos a través de la misericordia y la verdad. Debemos enderezar lo torcido mostrando gracia hacia el prójimo y viviendo conforme a la verdad, sin olvidar, eso sí, el temor de Dios.

Conclusión

Si hay algo con lo que podemos quedarnos hoy es que el temor de Dios no deja a nadie indiferente. En primer lugar, el temor de Dios nos salva y nos hace prosperar. Quien obra y no solo oye, experimentará las bendiciones de Dios. El premio quizá no llegará enseguida, pero tarde o temprano Dios nos lo dará. El temor de Dios también nos hace confiar en él y nos da fuerzas para seguir adelante con vigor. Por último, el temor de Dios nos aparta de hacer el mal. Recordemos, por tanto, que el temor de Dios no es un simple sentimiento emocional, sino una herramienta que nos proporciona el antídoto contra muchos males y nos llena de fuerzas, confianza y bendiciones.


 

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