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El propósito de la ley mosaica

Moisés con los 10 mandamientos
Aron de Chaves, Comunidad Sefardí de Londres, 1674-75. Wikimedia Commons

J. Dwight Pentecost

¿Cuál es el objetivo de la ley mosaica? Ésa es la pregunta que el apóstol Pablo enfrentó a sus lectores en el tercer capítulo de Gálatas mientras les enseñaba la doctrina de la santificación por la fe en Jesucristo. Pablo trataba el problema de cómo una persona es santificada, perfeccionada o cómo alcanza experiencialmente las promesas y bendiciones que le corresponden en Cristo. A los gálatas se les había hecho creer que la santificación es por la ley de Moisés y que al guardar la Ley los creyentes obtienen las promesas que les había dado Dios. Para mostrar la falacia de esta interpretación, el apóstol citó el relato de la experiencia de Abraham. Abraham recibió promesas de Dios (Génesis 12) que fueron repetidas (Génesis 13) y ratificadas por un pacto de sangre (Génesis 15). Todo lo que Abraham obtuvo lo obtuvo por la fe en la promesa de Dios. Semejante enseñanza sería indiscutible en virtud del hecho de que en tiempos de Abraham no se había dado ninguna ley. Por lo tanto, todo lo que Abraham realizó tuvo que realizarlo por fe en la promesa de Dios.

El error que se había propagado entre los gálatas era que, aunque Abraham alcanzó las promesas sólo por su fe, la entrega de la Ley alteró el plan básico mediante el cual Dios trató con los hombres, de modo que los hijos de Abraham después de la entrega de la Ley deben alcanzar las promesas guardando la Ley, en lugar de tener fe en la promesa de Dios. Para disipar este error, Pablo muestra en el versículo 17 del tercer capítulo de Gálatas que “la ley que vino cuatrocientos treinta años después, no lo abroga, para invalidar la promesa”. Pablo agrega en el versículo 19 que en lugar de rechazar la Ley o anularla, la Ley fue agregada, o mejor dicho, agregada junto con la promesa existente, para cumplir una función específica. Además, muestra en el versículo 21 que no existe ningún conflicto básico entre la Ley y las promesas de Dios y que las dos pueden coexistir. Anticipando ciertas objeciones o preguntas en la mente de sus lectores, Pablo enfrenta la pregunta específicamente. “¿Entonces para qué sirve la ley?” (v. 19). Es esta cuestión que debemos considerar ahora.

Debe observarse que muchos de los que vivieron bajo la Ley tenían la más profunda reverencia, respeto y amor por la Ley. David, al escribir el Salmo 119, reflejó con frecuencia su actitud. El versículo 97 dice:

¡Oh, cuánto amo yo tu ley!
Todo el día es ella mi meditación.

Y en el versículo 77:

Vengan a mí tus misericordias, para que viva,
Porque tu ley es mi delicia.

Nuevamente, los versículos 103-4 dicen:

¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras!
Más que la miel a mi boca.

De tus mandamientos he adquirido inteligencia;
Por tanto, he aborrecido todo camino de mentira.

 O una vez más, en el versículo 159:

Mira, oh Jehová, que amo tus mandamientos;
Vivifícame conforme a tu misericordia.

David muestra amor y dependencia de la Ley. En contraste con gran parte del antinomianismo actual que trata la Ley como un vestido gastado y sin valor que debe ser desechado, el apóstol Pablo en Romanos 7:12 dice: “De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.” Lo que fue amado, reverenciado y respetado por los escritores del Antiguo y Nuevo Testamento debe haber cumplido una función digna.

Es necesario señalar que la Ley de Moisés fue dada a un pueblo redimido. El escritor de la Epístola a los Hebreos dice de Moisés: “Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los primogénitos no los tocase a ellos. Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca”(Heb.11:28-29). Israel, la noche de la Pascua en Egipto, fue redimido con sangre. Por fe comenzaron una caminata por el desierto hacia la tierra prometida. Fue sobre la base de esa redención de sangre que Dios pudo decirle a la nación lo que está registrado en Isaías 43:1: “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.” La nación que fue redimida por la fe mediante sangre fue llevada al Monte Sinaí. Aunque esa nación había sido redimida, era una nación espiritualmente inmadura. Reconocieron una responsabilidad hacia el Redentor que no sabían cómo cumplir.

El hecho de la inmadurez de Israel en el momento de la entrega de la Ley es reconocido por el apóstol Pablo, quien escribe en Gálatas 3:23-26:

“Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús.”

O nuevamente en Gálatas 4:1–5:

“Pero también digo: Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo; sino que está bajo tutores y curadores hasta el tiempo señalado por el padre. Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo. Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”.

Pablo ve a quienes viven bajo la Ley como niños en un estado de inmadurez, y ve a la Ley como un pedagogo, un formador o supervisor de niños cuya responsabilidad era supervisar cada área de la vida del niño confiada a su cuidado. Es por este hecho de inmadurez que Israel necesitaba la Ley. Así, la Ley fue dada como una provisión misericordiosa de Dios a un pueblo redimido que se encontraba en un estado de infancia espiritual para satisfacer sus necesidades.

EL PROPÓSITO DE LA LA LEY REFERENCIA
1. Revela la santidad de Dios 1 Pedro 1:15
2. Expone la pecaminosidad del hombre Gálatas 3:19-22; Romanos 3:23
3. Revela las normas de santidad para los que están en comunión con Dios Salmos 24:3-5
4. Sirvió como el tutor que llevó a los judíos a Cristo Gálatas 3:24; Salmos 119:71-72
5. Fue dada como el principio unificador que hizo posible el establecimiento de la nación. Éxodo 19:5-8: Deut. 5:27-28
6. Sirvió para separar a Israel de las naciones a fin de que pudieran llegar a ser un reino de sacerdotes Éxodo 31:13: 19:5-6
7. Fue dada a un pueblo redimido para proveer el perdón de los pecados y la restauración a la comunión. Levítico 1-7
8.  Proveyó la adoración del pueblo redimido. Levítico 23
9. Proporcionó una prueba del estado de una persona en el reino de Dios o teocracia. Deuteronomio 28
10. Fue dada para revelar a Jesucristo. Lucas 24:27

 

Al estudiar las Escrituras, se pueden derivar varias razones por las cuales se dio la ley mosaica a la nación de Israel. Primeramente, fue dada para revelar la santidad de Dios. Pedro escribe en 1 Pedro 1:15: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”. El hecho de que Dios era un Dios santo quedó muy claro para Israel en la Ley de Moisés. Quizás la función principal de la Ley era revelar a Israel el hecho de la santidad de Dios y hacer que Israel tomara conciencia del carácter del Dios que los había redimido de Egipto. Todos los requisitos impuestos a la nación de Israel estaban a la luz del carácter santo de Dios como se revela en la ley mosaica.

En segundo lugar, la ley mosaica fue dada para revelar o exponer la pecaminosidad del hombre. Pablo escribe sobre esto en Gálatas 3:19-22 declarando que la Ley “fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador… más la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes.” La santidad de Dios revelada en la Ley se convirtió en la prueba de los pensamientos, palabras y acciones del hombre, y todo lo que no se ajustaba a la santidad revelada de Dios era pecado. Es este hecho lo que Pablo tiene en mente cuando escribe que “todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios.”(Ro.3:23) Aquello en lo que Dios encuentra su mayor gloria es en su propia santidad. El pecado no es sólo falta de conformidad con la Ley, sino falta de conformidad con la santidad de Dios, de la cual la Ley es una revelación. En consecuencia, la santidad de Dios se convierte en la prueba final del pecado en lugar de la Ley, que es el reflejo de esa santidad. Debido a que toda la descendencia de Abraham nació en pecado, la Ley fue dada por la cual Israel podría fácilmente determinar su pecaminosidad ante un Dios Santo. La Ley dejaba muy claro los requisitos de la santidad divina para que incluso los niños en la infancia espiritual pudieran determinar si su conducta era aceptable para un Dios santo.

Un tercer propósito de la Ley, relacionado con lo anterior, era revelar la norma de santidad requerida de quienes están en comunión con un Dios santo. Israel había sido redimido como nación. Fueron redimidos para disfrutar de la comunión con Dios. Cuando estos redimidos se enfrentaron a la pregunta de lo que se requería de aquellos que caminaban en comunión con su Redentor se les ofreció la Ley para revelar la norma que Dios requería. Es esto lo que el salmista reconoció en el Salmo 24:3-5 cuando dijo:

¿Quién subirá al monte de Jehová?
¿Y quién estará en su lugar santo?
El limpio de manos y puro de corazón;
El que no ha elevado su alma a cosas vanas,
Ni jurado con engaño.
Él recibirá bendición de Jehová,
Y justicia del Dios de salvación.

Aquellos que fueron redimidos fueron redimidos para disfrutar del Redentor, y la Ley dejó muy claro el tipo de vida que se requería si querían caminar en comunión con Él.

Un cuarto propósito de la Ley lo establece el apóstol en Gálatas 3:24: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo”. La palabra “ayo” (maestro, tutor) se refiere al esclavo seleccionado por el padre cuya responsabilidad era supervisar el desarrollo total del niño, física, intelectual y espiritualmente. El niño estaba bajo la supervisión constante del pedagogo hasta el momento en que debía pasar de la infancia a la edad adulta. Cada área de la vida del niño estaba bajo la supervisión del pedagogo hasta que llegaba a la madurez. La enseñanza del apóstol era que la Ley servía para supervisar el desarrollo físico, mental y espiritual del israelita redimido hasta que llegara a la madurez en Cristo. El salmista refleja este mismo concepto en el Salmo 119:71–72: “Bueno me es haber sido humillado,para que aprenda tus estatutos.Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata”. David confiesa que mediante la Ley que le había sido revelada conoció los requisitos de Dios.

Un quinto propósito de la Ley es que fue dada como el principio unificador que hizo posible el establecimiento de la nación. En Éxodo 19:5–8 leemos:

“Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra.  Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel. Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que Jehová le había mandado. Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos. Y Moisés refirió a Jehová las palabras del pueblo”.

Se nota en el versículo octavo que en respuesta a la instrucción dada por Moisés sobre lo que Dios había revelado, la nación se sometió voluntariamente a la autoridad de la Ley. Sin la sumisión voluntaria a un principio unificador no podría haber existido nación. Y el pueblo redimido de Egipto por sangre que había comenzado a caminar por fe se constituye en nación cuando se somete voluntariamente a la Ley.

Esta misma verdad se reafirma en Deuteronomio 5:27–28: “Acércate tú, y oye todas las cosas que dijere Jehová nuestro Dios; y tú nos dirás todo lo que Jehová nuestro Dios te dijere, y nosotros oiremos y haremos. Y oyó Jehová la voz de vuestras palabras cuando me hablabais, y me dijo Jehová: He oído la voz de las palabras de este pueblo, que ellos te han hablado; bien está todo lo que han dicho.” Desde el punto de vista divino, Israel se constituyó en nación en el momento en que se sometió voluntariamente a la Ley.

Es significativo que el profeta Jeremías advierte al pueblo que por haber abandonado la Ley Dios los entregará en manos de los gentiles. El cautiverio babilónico por el cual Israel perdió su identidad nacional se produjo debido a su incumplimiento de la Ley. En Deuteronomio 28 Moisés había dejado muy claro que si el pueblo abandonaba la Ley, Dios los entregaría en manos de los gentiles. Y no deja de ser significativo que hasta que Israel no se someta a la autoridad de la ley de su Rey Mesías no será reconocida nuevamente por Dios como nación.

En sexto lugar, relacionado con esto, debe observarse que la Ley fue dada a Israel para separarlo de las naciones a fin de que pudieran llegar a ser un reino de sacerdotes. Éxodo 31:13 dice: “Tú hablarás a los hijos de Israel, diciendo: En verdad vosotros guardaréis mis días de reposo; porque es señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico.” Israel fue santificado o apartado según Éxodo 19:5,6 para convertirse en un reino de sacerdotes, es decir, una nación que mediaba la verdad de Dios a las naciones de la tierra. La Ley se convirtió en un cerco que separaba a Israel de las naciones de la tierra. La Ley separó, preservó y mantuvo intacta a la nación de Israel. Para que Israel pudiera cumplir la función de ser luz para el mundo, se les dio la Ley, para que la Ley los separara de las naciones.

En séptimo lugar, la Ley fue dada a un pueblo redimido para proveer el perdón de los pecados y la restauración a la comunión. En Levítico 1-7 están las cinco ofrendas que Dios instituyó para la nación. Si bien Israel como nación fue preservada ante Dios debido a la ofrenda anual de la sangre de la expiación, los individuos de esta nación fueron restaurados a la comunión y recibieron el perdón por pecados específicos mediante el uso de las ofrendas que Dios proporcionó. El Dios que había redimido a la nación por fe mediante sangre proveyó que los redimidos pudieran caminar en comunión con Él. La misma Ley que reveló su indignidad para la comunión también dispuso la restauración de la comunión. Esta era una de las funciones principales de la Ley.

En octavo lugar, la Ley fue dada para prever la adoración del pueblo redimido. Un pueblo redimido será un pueblo adorador, y un pueblo que camina en comunión con Dios adorará al Dios con quien disfruta de comunión. En Levítico 23 la Ley reveló un ciclo de fiestas que se esperaba que la nación observara anualmente. Estas fiestas eran los medios por los cuales el pueblo como nación redimida adoraba a Dios. En el ciclo de fiestas, la atención de Israel se dirigió hacia la redención fuera de Egipto y hacia la redención final que sería proporcionada a través del Redentor según la promesa de Dios.

La Ley, en noveno lugar, proporcionaba una prueba del estado de una persona en el reino o la teocracia sobre la cual Dios gobernaba. En Deuteronomio 28, mientras Israel se encontraba en la frontera de la tierra prometida, Moisés reveló el principio mediante el cual Dios trataría con la nación. La primera parte del capítulo describe las bendiciones que recibiría la nación por la obediencia. Gran parte de este extenso capítulo trata de las maldiciones que caerían sobre la nación a causa de la desobediencia. Aunque la nación en su conjunto entró en la tierra prometida, debido a que no todos habían creído a Dios, no todos eran elegibles para recibir las bendiciones prometidas a los que estaban en la tierra. Así pues, la Ley se convirtió en un método para revelar si un hombre estaba correctamente relacionado con Dios o no. Aquellos que se sometieron y obedecieron la Ley lo hicieron debido a su fe en Dios que produjo obediencia. Los que desobedecieron la Ley lo hicieron porque no tenían fe en Dios, y la falta de fe produjo su desobediencia. De este modo la obedecía en la Ley sirvió para identificar si alguien  estaba correctamente relacionado con Dios o en el reino de Dios.

Finalmente, en el Nuevo Testamento queda claro que la Ley fue dada para revelar a Jesucristo. Las grandes verdades acerca de la persona y la obra del Señor Jesucristo están entretejidas en toda la Ley, y la Ley fue dada para preparar a la nación para la venida del Rey Redentor. Fue por esto que el Señor en el camino de Emaús pudo exponer a sus compañeros grandes verdades acerca del Mesías que habían sido reveladas en la Ley y los Profetas. Israel, mediante la Ley, estaba siendo preparado para la venida del Mesías mediante la revelación que contenía en ella.

Cuando uno mira retrospectivamente estas razones para dar la Ley, puede observar que en la Ley había algo que revelaba la santidad de Dios. Este aspecto de la Ley era permanente. La santidad no cambia de una época a otra, y lo que reveló la santidad de Dios a Israel todavía puede usarse para revelar la santidad de Dios a los hombres hoy. Lo que revela la santidad de Dios revela concomitantemente la impiedad del hombre, y hoy la Ley todavía puede usarse para revelar la impiedad de los hombres. Es este aspecto revelador de la Ley al que Pablo se refiere como santo, justo y bueno.

En la Ley también se encontraba aquello que era reglamentario. La Ley regulaba la vida y el culto de los israelitas. Es este aspecto regulatorio de la Ley que era temporal, el que ha sido eliminado. Pablo en Timoteo 1:8 escribe: “Pero sabemos que la ley es buena si el hombre la usa legítimamente”. ¿Cómo se puede utilizar lícitamente la Ley en una época en la que se dice que la Ley ha sido abolida? Si una Ley se usa para revelar la santidad de Dios, la impiedad del hombre, los requisitos de aquellos que vivirían en comunión con el Dios santo, o para aprender acerca de la persona y obra de Cristo, se usa lícitamente. Quién utiliza las porciones reglamentarias de la Ley observadas antes de Cristo está usando la Ley ilegalmente. Mientras uno canta: “Libre de la ley o condición feliz”, todavía reconoce que la Ley es “santa, justa y buena”.

 

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