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La oración y las reuniones de oración

Publicado originalmente en la revista Amados, 1960.

Has estado alguna vez en una reunión de oración donde un hombre de rodillas se pone a explicar principios, desarrollar doctrinas, sonando más como una predicación que el ruego de un penitente? Y seguramente te habrás preguntado si le estaba hablando a Dios o a la gente. 

¿Has escuchado oraciones largas, indefinidas y tan apagadas que cansan a los demás y hacen que la reunión no tenga sentido ni poder? 

¿Has deseado alguna vez que la gente haga oraciones cortas, fervientes específicas, pidiendo lo que quieren, y esperando lo que piden? Tal vez te preguntes cómo se podría lograr esto. 

Hay porciones bíblicas que nos dicen cómo orar, expresar nuestra necesidad, y luego esperar la bendición. Hay una base bíblica donde están las condiciones para la oración. Podemos alcanzar los tesoros de los cielos, para nuestro propio beneficio, el de nuestra familia, para toda la iglesia del Señor, y para la viña de Cristo. La Palabra de Dios nos dice:

 «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho.» (Juan 15:7) 

 «Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéramos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él» (1 Juan 3:21-22)

Cuando el apóstol deseaba que los creyentes oraran por él, les presentó la condición moral de su ruego al decir: «Orad por nosotros; pues confiamos en que tenemos buena conciencia, deseando conducirnos bien en todo.» (Hebreos 13:18)

Estos versículos enseñan que la oración efectiva se basa en un corazón obediente, una mente limpia y una buena conciencia. Si no estamos en comunión con Dios, si no permanecemos en Cristo, si sus santos mandamientos no nos gobiernan, si no somos honestos de corazón, ¿cómo podemos esperar las mejores respuestas a nuestras oraciones? Estaríamos haciendo lo que Santiago dice: «Pedís mal, para gastar en vuestros deleites» (4:3). ¿Cómo puede Dios, siendo un Padre Santo, concedernos tales peticiones? ¡Imposible!

Necesitamos reconocer la base moral en que presentamos nuestras oraciones. ¿Cómo podía el apóstol Pablo pedirles a los hermanos que oraran por él si no hubiera tenido una buena conciencia, un corazón honesto, y una mente limpia? Esto nos demuestra claramente el deseo de Pablo de vivir honestamente en todo. ¿Qué de nosotros?

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